De respetado fiscal a chivo expiatorio

OPINIÓN

01 jun 2017 . Actualizado a las 12:08 h.

Manuel Moix, jefe de la Fiscalía Anticorrupción, tiene una trayectoria profesional excelente, ejerció sus responsabilidades con libertad y buen criterio, y todo apunta a que también es un ciudadano honrado que declara sus bienes y paga sus impuestos. Pero nada de eso le va a valer en un país que ha convertido la lucha contra la corrupción en una máquina eficacísima de linchamientos prematuros, donde el objetivo que prima es desgastar al poderoso -sea político, empresario o famoso-, donde la finalidad de las denuncias y las comisiones de investigación es el desgaste del Gobierno, y donde el poder de los jueces, en fase de instrucción, es tan independiente que raya en la discrecionalidad, la desproporción y el estrellato. 

Moix ya está quemado. Y cada segundo que tarde en tirar la toalla lo pagará con el cruel desprestigio de su persona, de la Fiscalía y de su familia, sin que nadie esté dispuesto a protegerlo del tsunami cainita que está arrasando la vida pública española. A Moix le perseguirá, además, la mala conciencia de haber sido -seguramente sin quererlo- un actor importante en la construcción de la trituradora en que ha devenido la Justicia, donde las mentiras y las verdades circulan por las mismas cañerías, las sospechas son más eficaces que los hechos, la retórica forense está llena de insinuaciones y confusiones conceptuales que magnifican cualquier anécdota, y donde será imposible encontrar un solo servidor público que -salvo que conciba la política y la Justicia como una cruzada de pobres contra ricos- pueda salir indemne del ambiente inquisitorial que se ha montado.

No se trata de banalizar, en absoluto, la corrupción. Solo se trata de decir que los constructos acusatorios como los que afectan a Moix, Catalá, Maza y Cifuentes, o excesos procesales como los sufridos por los exalcaldes de Granada y Ourense, o por los depuestos siete concejales de Santiago, sean equivalentes al expolio de las cajas, al latrocinio de las comisiones por obra y servicios públicos, a los sindicalistas que metieron mano a la hucha de los mineros, o a los que organizaron los desfalcos de los ERE, el Palau y los cursos de formación. Porque así funcionaba la Inquisición: creando un ambiente de sospecha generalizada y gravedad subjetiva en el que cualquiera podía acusar de hereje a Fray Luís de León o a San Juan de la Cruz y conseguir los efectos de destrucción y venganza sin más requisito que proclamarse defensor de la fe y de las buenas costumbres.

Por eso siento mucho lo del fiscal Manuel Moix. Porque, siendo un hombre justo y competente, se ha pillado las puñetas de la toga en los engranajes de la potente trituradora que profesionalmente manejaba. Y, cuando las cosas suceden así, solo cabe poner el cesto al final del helicoide para recoger la zorza limpia antes de que la venteen las ratas.