Vigilancia y seguridad no son lo mismo

OPINIÓN

05 jun 2017 . Actualizado a las 08:19 h.

El Reino Unido es una isla que cuida celosamente su seguridad, tiene una de las mejores policías del mundo, exhibe la mejor relación de confianza entre las instituciones y los ciudadanos, y se esfuerza por hacer muy visibles sus fronteras. Pero nada de eso impide que el terrorismo se cebe con crueldad contra los británicos y contra su envidiable cosmopolitismo. Y no solo porque la seguridad absoluta no exista, sino porque las medidas que serían necesarias para aumentar los niveles de protección destruirían el modo de vida que se quiere proteger.

La conclusión es que los países occidentales más avanzados tienen un gravísimo problema de seguridad que en casi nada puede mejorar con medidas de seguridad activa. Y que lo más aconsejable sería tomarse en serio la operación de secar las fuentes de esta bárbara costumbre de vengarse en los inocentes, o de hacer justicia a base de extender las desgracias a los que son felices, en vez de aumentar la ventura de los que no lo son.

Entre los años sesenta y setenta -lo digo a modo de parábola- en Terra de Montes no había ninguna casa cerrada con llave. Las cerraduras, además de ser poco eficaces, solían lucir las llaves puestas como si fuesen tiradores o adornos. Y en la práctica apenas había robos ni violencia contra las personas. Ahora, en cambio, las casas de Montes ostentan cerraduras de seguridad y alarmas electrónicas como las de Chicago. Pero los vecinos se sienten inseguros en una sociedad en la que el robo tiene la imagen de un ajuste necesario entre integrados y marginales, y donde la única razón que hay para no robar es que pueden atraparte y ponerte a la sombra.

Porque la seguridad eficiente no depende de que haya buenas cerraduras, sino de que no haya bandas organizadas y profesionales que no respetan los hábitos sociales, ni los valores de integración, ni las pautas morales que cooperan con la función disuasoria de la ley. Lo que sucede en realidad es que la integración, en su sentido social más profundo, se ha devaluado, y que la convivencia está reducida a una prolija legalidad que, además de no tener bien resuelta la dialéctica entre el interés colectivo y las ansias y libertades individuales, está sometida al relativismo de sus continuas adaptaciones a los supuestos de hecho, y a la capacidad que tengan poderes públicos para cazar al malo antes de que haga su mal.

Lo que hemos olvidado es el contenido del salmo 126 -tantas veces citado-, que, desprendido -para los no creyentes- de su sentido religioso, sigue manteniendo el valor normativo y cultural con el que fue escrito, y que resume su lección en un verso: «si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas». Porque si cambiamos la expresión «el Señor» por «el sentido del bien y del interés público», tendremos ahí el plan de seguridad que todos anhelamos.