Socialismo & Socialdemocracia

OPINIÓN

14 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Socialismo y socialdemocracia no son conceptos sinónimos, aunque la cultura neoliberal se empeñe en imponer su pensamiento único, apropiándose del lenguaje y creando confusión, utilizando ambos términos con afecciones según convenga (revolución, moderación) en cada momento acomodada a sus intereses.

Apelar a políticas moderadas, progresistas o socialistas, carece de valor si se ignora el contexto en el que se materializan; es decir, si el objetivo último de cualquiera de ellas es construir una sociedad más libre, igual y solidaria, dependerá en cada caso «la distancia» a la que nos encontremos de dicho objetivo, para que la magnitud e intensidad de las medidas adquieran uno u otro carácter.

Podría afirmarse, sin ningún género de dudas, que la socialdemocracia tradicional ha fracasado estrepitosamente en la última década, mientras la eclosión de la doctrina neoliberal que tiene como único objetivo alcanzar el máximo beneficio económico, ha impregnado la vida pública, trayendo consecuencias muy perniciosas que se multiplican en la medida que repercuten sobre las clases sociales sean más desprotegidas.

La pobreza y la desigualdad se han multiplicado, es un hecho irrefutable; el populismo ultraconservador preñado de discursos zafios y prepotentes ha seducido a las grandes potencias, mientras los movimientos neofascistas y xenófobos crecen y se extienden, entre grupos sociales a los que la crisis económica ha dejado en la marginalidad.

Los sistemas democráticos se han deteriorado, mientras los dirigentes de las organizaciones políticas de la izquierda se han ido distanciando de los intereses de quienes dicen representar, anulando toda capacidad de autocrítica, enmascarando la enorme crisis de credibilidad de los mandatarios, con el falso discurso de que los ciudadanos tienen desafección hacia la política; las últimas elecciones primarías parecen no darles la razón.

La socialdemocracia se ha acomodado, parapetada en espacios de gestión institucional, con el único fin de gestionar políticas parciales moderadas, cuando la realidad impuesta por partidos depredadores de los derechos de los ciudadanos ha multiplicado y llevado a situación extremas los entornos de exclusión y pobreza.

La desigualdad busca cronificarse, contrapuesta al dispendio y la corrupción generalizada en los ámbitos de influencia de los gobiernos conservadores, haciendo de la actividad pública una extensión de sus negocios, mientras sus dirigentes hacen causa para asumir, con absoluta normalidad, la avaricia delictiva individual de sus imputados.

La reactivación económica que recogen los informes periódicos que emite el sistema bancario y así lo pregonan los portavoces del gobierno, no se ve acompaña de la generación de empleo, cuyo disfrute es un privilegio sacralizado por las estadísticas en ocupaciones carentes de derechos; mientras se observa con normalidad que ciudadanos útiles expulsados durante la crisis del mercado laboral sean ignorados y nuestros hijos construyan su futuro en otros países.

La administración y los servicios públicos que apenas hace unas décadas creíamos asentados para disfrute de todos los ciudadanos, han sido el objeto de deseo de los gobiernos conservadores; debilitarlos y cuestionar su eficiencia, era el camino para transferir el dinero “que es de todos” a iniciativas privadas que los sustituyan; externalización de servicios, fortalecimiento de la enseñanza privada, privatización de servicios sanitarios, impulso a los fondos de pensiones, etc.

El PSOE está en un momento clave para retomar la iniciativa perdida y hacerlo sin complejos, otro modo de vida es necesario y posible; por ello, quienes aspiran a representarnos han de aplicarse en la tarea, considerando que los principios del socialismo solo serán retórica, sino se acompañan de la firme voluntad de poner al servicio de los trabajadores y las clases más desfavorecidas toda la capacidad que el poder delegado en sus manos les permita.

La crisis económica ha demolido los derechos laborales de los trabajadores/as y ha pasado como una apisonadora sobre los derechos sociales y las libertades de los ciudadanos/as; la «marca España» cercena la dignidad de un pueblo que exige vivir el futuro con ilusión.

Necesitamos del diálogo y del acuerdo, pero no equivoquemos de nuevo los objetivos, la situación de partida en la que la clase dominante nos deja, no permite afrontar políticas restauradoras, reformistas, ni moderadas, cuyos resultados, a largo plazo, se proyectarán sobre escenarios que habrán dejado en la más absoluta marginación a la parte más sensible de nuestra sociedad.

Ahora urgen políticas socialistas, valientes y útiles, capaces de atender las demandas sociales, orientadas a reforzar los servicios públicos, recuperar los derechos y las libertades perdidas, que finalicen con este periodo de austeridad en el que los gobiernos conservadores nos han sumido, que relancen el consumo e incrementen el bienestar de los ciudadanos.

La transformación de la sociedad no es una quimera, los movimientos oscilantes en los que se mueven los tiempos históricos obliga, a dar respuestas efectivas desde la izquierda, ahora cuando más se necesita, aprovechemos esta oportunidad como si fuera la última.