Robando a Mozart

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

25 jun 2017 . Actualizado a las 10:31 h.

Sin pistolas y pertrechado con la elegancia sutil de un sir inglés, Bruce Reynolds dirigía a los quince hombres que el 8 de agosto de 1963 asaltaron el tren de Glasgow. La cuadrilla, que actuó con la precisión y la elegancia de un buen reloj, empleó quince minutos en apoderarse de 2,6 millones de libras (hoy serían 40). Un plan limpio, perfecto y sin más sangre que el hilo que brotó de la cabeza del maquinista a quien redujeron con una barra de hierro cuando intentó resistirse. Heridas leves. La épica del robo del siglo quedó matizada por una chapuza: los atracadores se escondieron en una granja después del asalto y entretuvieron la espera jugando al Monopoly. La impresión de sus huellas en el tablero permitió a Scotland Yard detenerlos enseguida, pero el plan de Reynolds se convirtió enseguida en un arquetipo, el de los ladrones inteligentes y refinados que desprecian la violencia, desvalijan a los ricos y no dejan más víctimas que el orgullo maltratado de quien se creía inexpugnable. En la lista hay ladrones de diamantes y de cuadros, de bancos y de títulos de propiedad, por lo general manifestaciones groseras de capital cuyo arrebato despierta la simpatía que acompaña a la justicia, aunque esta se ejerza de manera tan heterodoxa.

Justo lo contrario de lo que hizo la banda de la SGAE. A Antón Reixa le costó la presidencia denunciar una trama de la que hoy conocemos detalles que desvelan la vocación chabacana de quienes han estado levantándoles a los autores millones de euros cada año. Un tal Fernando Bermúdez cobró derechos por el Adagio en mi mayor, K.261, de Mozart, un atrevimiento que solo indica que cuando el robo se institucionaliza y la impunidad se instala, los estafadores pierden hasta la vergüenza. Nada que ver con Bruce Reynolds.