10 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los bancos de la plaza de La Escandalera, esos bancos donde no se sienta nadie porque te achicharra el sol, han aparecido pintados con los colores de la bandera arcoíris o LGTBIQ, antes llamada bandera del orgullo gay. Oviedo se echa las manos a la cabeza y esto le parece una aberración: Oviedo lleva durmiendo la siesta siglos, y aquí nadie se despierta.

El miércoles pasado me hicieron llegar una foto de los bancos pintados, lo primero que pensé, nada mas verla, fue que menuda forma de malgastar el dinero. Pero, al poco rato, caí en la cuenta de mi idiotez. No soy yo ése que tanto aboga por la libertad y tanto critica a aquellos que se quejan de todo y ponen problemas por todo: Semana Santa, Luces de Navidad, Premios Princesa, manifestaciones, San Mateo, música en los bares. Sin darme cuenta, estaba entrando en el grupo de esos «perfectos» que todo critican, que se creen sólo llenos de derechos y no obligaciones, el grupo de los idiotas. Y no.

Me parece una buena idea, un gran gesto, al igual que el agua de las fuentes se tiñe de rosa para luchar contra el cáncer de mama o se ilumina el Campoamor para plantar cara a las drogas. Oviedo es una ciudad de unos 200.000 habitantes donde se sigue mirando raro a dos hombres o dos mujeres si van cogidos de la mano o se besan, y me avergüenza haber tenido esta actitud alguna vez en mi vida. Tengo bastantes amigos y conocidos en la ciudad, y casi ninguno que se declare abiertamente homosexual: por probabilidad es imposible. Y si pintar unos bancos, colgar unas banderas o una manifestación facilita la vida de estas personas, hace que se sientan comprendidos y no señalados: adelante, que estén de por vida. Porque por lo que se debe luchar no es ya por la visibilidad LGTBIQ, es porque pasen a ser invisibles como lo es cualquier pareja heterosexual. Fijémonos en Madrid, donde antes se asaba a sodomitas y herejes, y ahora miren: han sido sede del World Pride más multitudinario de la historia. De los sodomitas que no podían alcanzar la gloria de los cielos a la Iglesia del Papa Francisco.

Leo estupefacto una proposición en Change.org donde pide al Ayuntamiento que pinte los bancos con la bandera nacional el 12 de octubre. Antes de nada, la plataforma Change.org me parece la mayor gilipollez que se le ocurrió al ser humano, donde cualquiera se cree activista: desde los que quieren quitarle las copas al Madrid ganadas bajo la dictadura, pasando por los que vetan a Cremades o piden retirar el disco de Taburete porque unos de sus miembros es hijo de Barcenas. Aunque, si se fijan, es un buen reflejo del país.

Me parece algo tan ridículo lo de pintar los bancos con los colores de España, porque ser español es algo tan plausible y notario en todos los nacidos en España que estas reivindicaciones dan alas a los que pretenden no serlo. Uno es español, quiera o no, siempre que haya nacido en territorio español; estar orgulloso o  no estarlo depende de cada cual, no es algo que se puede imponer. Hay tantas razones para estar orgulloso como para odiar ser español. Pero España, gracias a Dios, ya no es «una, grande y libre», que aquel dictador de la gallina en la bandera quiso imponer. España es una unidad, un país, pero en la que viven muchas Españas y muchos tipos de ciudadanos, todos deberíamos entendernos y dejarnos de estúpidos nacionalismos y de atentar contra la legalidad, pagaremos las consecuencias de todas las gilipolleces.

Desde esta columna, este estrado que me brindan, mi respaldo absoluto a la iniciativa del tripartito, que otras veces tanto critico. Digo sí a los bancos LGTBIQ. Y a quienes les parezca mal reivindicar la libertad y derecho a la diversidad sexual, mírenselo: dejen de dormir la siesta.