La crisis de la izquierda y el papel de los partidos políticos

OPINIÓN

12 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que tengo uso de razón (política, al menos), he oído hablar, de forma recurrente, de  una sempiterna crisis en la izquierda tradicional; y ello, tanto en situaciones de predominio político y electoral (caso de los años 80 y 90 del pasado siglo, cuando la izquierda gobernaba en la mayoría de los países europeos), como en la época actual, con un claro retroceso de las opciones socialdemócratas y de izquierda en el viejo continente.

Ciertamente, desde su origen decimonónico, la razón de ser de la izquierda radica, precisamente, en su función de agente del cambio, de mejora de las condiciones sociales de la mayoría de la población. Para los pensadores marxistas más ortodoxos, (Kaustky, Plejánov), la sociedad estaba dividida en clases sociales, claramente diferenciadas, y los partidos de izquierdas (socialistas, comunistas) serían  organizaciones  «de clase», el instrumento a través del cual la clase obrera llevaría a cabo su «misión histórica» de instaurar la dictadura del proletariado. Lo que sorprende de la lectura de las obras de estos pensadores marxistas es la seguridad con la que atisban el porvenir. Según ellos, la sociedad se encamina «irreversiblemente» hacia una revolución inevitable, con un mecanicismo  determinista fuera de toda lógica. Esta postura llevó a un aislacionismo corporativo de la clase obrera, y a la imposibilidad de los partidos de izquierda de percibir y, por tanto, de afrontar los cambios que se iban produciendo en el capitalismo. Ni la evolución económica conducía a la «proletarización» de las clases medias, ni la transición al socialismo podía esperarse de un estallido revolucionario, consecuencia de una grave crisis económica. Así pues, la izquierda debía cambiar de terreno de juego y de estrategia. Y fue esa imposibilidad de evolucionar y adaptarse a los cambios sociales la que se llevó por delante a los esclerotizados partidos comunistas de la Europa occidental, y ello, a pesar de su tardío intento de  reciclarse y romper amarras con la ortodoxia leninista a través del «eurocomunismo» y demás formulas. El turno le llega ahora a los partidos socialdemócratas. El colapso del partido socialista francés, junto con la caída de la intención de voto de las opciones socialdemócratas en otros países europeos, que ha llevado a partidos, antaño de gobierno, a la irrelevancia política, (caso de Holanda), es una buena prueba de ello. Lo cierto es que esta crisis existe, y la falta de capacidad de la izquierda para dar respuesta a la situación social trae, como inevitable corolario, la desafección, el desencanto y el distanciamiento de amplios sectores de la sociedad civil con una izquierda inane y atrofiada.

Es verdad que una crisis socioeconómica tan brutal como la que hemos padecido es un grave factor de disgregación social, mucho más que las ideologías, pero ha llegado el momento de que la parte más lúcida y antidogmática de la izquierda asuma la obligación de proponer alternativas, empezando por la revisión de las funciones y de la propia razón de ser de los partidos de la izquierda transformadora. La única opción para su supervivencia radica, en mi modesto entender, en atender y asumir como propias las reivindicaciones de los distintos «movimientos sociales», cuyas luchas ecologistas, medioambientales, pacifistas, feministas, antirracistas, sexuales, de apoyo a los refugiados, etc., distan mucho de la lucha «de clases», sustrato tradicional de los partidos izquierdistas en su concepción tradicional. Por ello, resulta cuando menos descorazonador ver a nuevos líderes regresar a viejas fórmulas, con una caduca retórica izquierdista y un nulo análisis de la situación. Al fin y al cabo, la izquierda nació, históricamente, para dar respuesta a las ansias de progreso de la sociedad, y si las opciones actualmente existentes no sirven para este fin, que nadie dude que la sociedad las sustituirá por otras. Y parece ser que algunos, a día de hoy, aún no se han enterado.