La posverdad llega a la Audiencia Nacional

OPINIÓN

INTS KALNINS | REUTERS

24 jul 2017 . Actualizado a las 19:14 h.

La próxima declaración de Rajoy ante la Audiencia Nacional (AN), como testigo de la Gürtel, se ha convertido en uno de esos cutres «acontecimientos históricos» que la sociedad de la comunicación crea con tanta ligereza. Y por eso es necesario dejar constancia de que, para que este hecho concite tanta espectacularidad, fue necesario que la posverdad se instalase entre los criterios del tribunal que lo llama a declarar y en el conjunto de actores de la opinión pública, que, a pesar de ser conscientes de que el presidente del Gobierno no puede aclarar nada que no esté claro, y de que sus imágenes van a ser utilizadas para aventar el estiércol, han montado este auto de fe.

La consecuencia es que la sesión de la AN del próximo día 26 puede tenerse por un monumento a la posverdad, en el que una sociedad frustrada por la inmensa trapallada que descubrió la crisis, y una Justicia que trata de aprovechar el momento para reivindicarse como el punto de apoyo que Arquímedes reclamaba para mover el mundo, van a representar una comedia en la que nada es lo que parece, y en la que todas las conclusiones son idénticas a las causas por las que el presidente va a pasar por sus Horcas Caudinas.

Un testigo, en cualquier juicio, es un servidor de la comunidad y del Estado. Pero en este caso ser testigo significa que es un sospechoso contra el que no hay evidencias, por lo que no queda más remedio que implicarlo en efigie, para que quede zaherido por la presunción de culpabilidad. Y en tan adverso contexto, a nadie le importa ya lo que Rajoy pueda decir sobre el caso Gürtel, porque toda la intriga reside en constatar cómo miente, o cómo elude la verdad, mientras la posverdad del juicio quedará conformada por una radical antífrasis de todo lo que diga el presidente. No se trata de escucharlo, sino de humillarlo, y por eso estamos ante un auto aciago para todos los que no creemos en las virtudes curativas y revitalizadoras del populismo. Conscientes de todo esto, los miembros del tribunal van a tener algunas deferencias con el presidente que, al romper la pura igualdad con otros testigos, serán fariseas e injustas.

No veo positivo este innecesario y estéril auto de fe que, por cierto, no tiene nada de español ni de raro, ya que en Francia es un deporte nacional sentar a los presidentes -en traje de expresidentes- en el banquillo. Y quiero destacar, por si alguien no lo cogió aún, que en la España de hoy no hace falta mucha valentía para sentar a un presidente frente al juez, aunque sí para no sentarlo. Pero, en medio del teatro, celebro que todo haya caído -porque nadie es perfecto- en un 26 de julio, cuando la vida media de las noticias históricas no llega a las 48 horas. Me alegro por mí, porque a Rajoy le debe dar igual. Y lo lamento mucho por todos los amantes incondicionales de la terrible posverdad.