El secesionismo catalán, otro franquismo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Andreu Dalmau | Efe

28 jul 2017 . Actualizado a las 08:37 h.

El Parlamento catalán, convertido por el golpismo nacionalista en el buldócer destinado a arrasar la legalidad de nuestro Estado democrático, adoptó este miércoles una reforma de su propio reglamento que le permitirá aprobar por el procedimiento de lectura única -es decir, de urgencia máxima, sin apenas debate, ni parlamentario ni social- las presuntas leyes que darán presunta cobertura a la sublevación con la que los secesionistas pretenden alcanzar la independencia.

No me detendré en demostrar la aberración jurídica supina que se esconde detrás del disparatado planteamiento con el que los sediciosos tratan de dar apariencia de legalidad a su acto de fuerza contra la más elemental de las reglas de cualquier Estado de derecho: la consistente en respetar sus propias reglas. Y no lo haré por la sencillísima razón de que entrar en debates jurídicos con quienes se han declarado en abierta rebeldía contra la Constitución y las sentencias judiciales dictadas en aplicación de la misma es una forma como otra cualquiera de hacerle el juego a los amotinados. Una trampa para incautos en la que no me cogerán.

El nacionalismo catalán, entregado a un sectarismo tan fanático como alucinado, ha decidido alcanzar su objetivo demencial -¡una Cataluña independiente del Estado del que forma parte desde hace medio milenio!- sabiendo que ello le exige pisotear la democracia con la que se le llena la boca para justificar su insurrección.

Por eso, plenamente conscientes de que respetando las reglas de la democracia jamás alcanzarán los fines que persiguen, los nacionalistas han optado sin la más mínima vergüenza por ciscarse en ella de todos los modos imaginables: purgando sin miramientos a quienes discrepan en sus filas, acallando a golpe de reforma a las minorías parlamentarias y calificando de malos catalanes y traidores a todos los que desde la sociedad civil se atreven a hacer frente al guerracivilismo que los planteamientos secesionistas ya no logran esconder.

Y es que, antes o después, el nacionalismo acaba siempre enseñando el plumero de sus principios ideológicos: la radical negación del pluralismo político, social y cultural, que constituye la esencia de las sociedades democráticas. Es así como el mismo nacionalismo catalán que lleva 40 años proclamando la pluralidad de España, lleva otros tantos negándola en el interior de Cataluña: imponiendo el catalán y persiguiendo el castellano (como Franco, pero al revés), manipulando burdamente la educación en las escuelas (como Franco, pero al revés), inventándose una historia y unos héroes nacionales (como Franco, pero al revés) y declarando enemigos del país a quienes no comparten su patriotismo sectario y extremista (como Franco, pero al revés). Ya sé que desvelar esa evidencia pone a los nacionalistas de los nervios, pero la verdad es la verdad.