La deriva totalitaria de Trump

Jaime González-Ocaña EN VIVO

OPINIÓN

NICHOLAS KAMM | AFP

16 ago 2017 . Actualizado a las 07:54 h.

Los primeros siete meses de la presidencia de Trump han confirmado un estilo de gobierno que los politólogos R. Mickey, S. Levitsky y L.A. Way han denominado «autoritarismo competitivo». Es decir, «un sistema en el cual las instituciones democráticas significativas existen pero el Gobierno abusa del poder del Estado para poner en desventaja a sus oponentes». 

Entre las tendencias autoritarias de Trump, los analistas señalan su indiferencia hacia los datos y su manipulación de la verdad; su condena de los medios de comunicación como «enemigos del pueblo»; críticas a los jueces y desconfianza en el sistema judicial; desprecio por la oposición política; falta de transparencia y poco respeto por los parámetros éticos de la Casa Blanca; alusiones a la necesidad de reformar la Constitución o los procedimientos establecidos en el sistema bicameral para agilizar la aprobación de medidas que él defiende; nepotismo, al incluir en el equipo de gobierno a familiares sin experiencia ni cualificación; y la exigencia de que sus colaboradores y cargos públicos sean totalmente leales a su persona, como un emperador romano protegido por su guardia pretoriana, dicen algunos.

Ciertos politólogos ven en Trump un paso más en el proceso de expansión del poder ejecutivo de la presidencia que se ha venido incrementando, poco a poco, desde la fundación de la república. Los comentaristas más críticos lo han comparado a Mussolini e incluso a Hitler, por su retórica (amenazas a las libertades y a los derechos civiles, ataques a los medios de comunicación, tendencias xenófobas y represivas) y su ideología política (populismo y nacionalismo exacerbados, culto a la personalidad, narcisismo, falta de transparencia gubernativa). Otros más benignos han equiparado su manera de gobernar con el estilo autócrata de un Silvio Berlusconi.

Con todo, la comparación con Hitler me parece exagerada. Más interesante me parece la reflexión sobre las condiciones sociales y políticas que llevan al nacimiento de este tipo de movimientos radicales. El historiador y brillante intelectual alemán Christian Meier defiende que, en tiempos de serios desafíos históricos, de estrecheces económicas, desarraigo, sensación de falta de apoyo del gobierno y desconfianza generalizada hacia el marco constitucional republicano o democrático, una población desesperada es especialmente receptiva al mensaje político radical. Así explica el auge del nazismo en los años veinte y treinta. Un caldo de cultivo que él compara con otro momento histórico, la crisis republicana en Roma, que derivó en una sangrienta guerra civil y la implantación del régimen imperial. Para mí se ajusta a la situación de los EE. UU., según la narrativa que explica la victoria de Trump en el 2016.

¿Es Trump un dictador? Tal vez todo sean exageraciones, y Trump no haya hecho nada fuera del marco legal por ahora, como defienden él y sus seguidores. Les corresponde a los juzgados, y al Senado y el Congreso dictaminarlo. El problema es que él parece creerse por encima de todo. No parece estar dispuesto a aceptar ni los mecanismos democráticos de control de las ramas judicial y legislativa (los checks and balances), ni el escrutinio de la prensa. «He ganado las elecciones» repite una y otra vez. Como si el ganar en las urnas no significase que tiene que someterse a los límites de la ley y las reglas constitucionales.

Ciertos politólogos ven en Trump un paso más en el proceso de expansión del poder ejecutivo de la presidencia, que se ha venido incrementando desde la fundación de la república