España unida y dolorida

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

LLUIS GENE

19 ago 2017 . Actualizado a las 10:18 h.

Al igual que las familias, los países se apiñan como nunca en los momentos de dolor. Un dolor que hace evidente lo que con las rencillas de todos los días, mayores o menores, los países y las familias con frecuencia tienden a olvidar: que los lazos construidos a través de generaciones son un nexo de unión muy poderoso; que haber compartido penas y alegrías, triunfos y descalabros, a lo largo de los años crea vínculos aparentemente invisibles que se imponen de pronto, ante el ataque injusto, con la fuerza de lo que resulta sencillamente irrefutable.

La gran tragedia que ha sufrido Barcelona tras un terrible atentado yihadista, que pudo culminar en Cambrils de madrugada con una carnicería inimaginable, ha puesto en pie de sufrimiento y solidaridad a España entera, de norte a sur y de este a oeste, reacción masiva, inmediata y espontánea que a nadie ha podido sorprender porque, de ser el caso, todo el mundo la daba por supuesta. Bastaba ver cualquier canal de televisión u oír cualquier canal de radio el jueves por la tarde para constatar la evidencia de una España unida y dolorida. Esa misma evidencia pudo comprobarse, el propio jueves, en todos los diarios digitales y, ya ayer, en la portada de los periódicos del país, que recogían a toda plana la tremenda noticia de los atentados terroristas. En la calle, en cualquier calle, se respiraría después la rabia contenida que sufren quienes han sentido el pesar por los atentados como un zarpazo en propia carne.

La intensa colaboración de las fuerzas y cuerpos de seguridad; el contacto inmediato, tras los atentados, de las Administraciones central, autonómica y local; la comparecencia conjunta del presidente del Gobierno y del de la Generalitat; la concentración unitaria de repulsa al ataque terrorista y de solidaridad con sus víctimas celebrada en Barcelona, que tuvo sus réplicas en cientos de actos similares en cientos de plazas del país, todo apunta a lo que es tan claro y transparente como el agua: a la manifiesta evidencia de que un país que ha existido durante siglos no desaparece, aunque por momentos pueda parecerlo, de la noche a la mañana.

Llevamos algo más de medio siglo construyendo una Europa unida y los afectos de ese proceso histórico magnífico, que ha vinculado con lazos intensísimos en un destino común a naciones que lucharon con una saña atroz durante la primera mitad del siglo XX, se notan como nunca cuando en cualquier lugar del continente los yihadistas dejan sus huellas de sangre y desolación, como por desgracia ha sucedido en el último año con una cadencia despiadada: en Londres, en París, en Niza, en Estocolmo, en Bruselas o en Berlín. Con toda naturalidad, sentimos ese dolor con mayor intensidad cuando la tragedia se abate, como anteayer, sobre la capital de Cataluña, esa Barcelona que es tan nuestra como cualquier ciudad de España. ¿Por qué? No es necesario darle vueltas: porque la realidad española no tiene medio siglo sino medio milenio.