Malala:
Gracias. Gracias porque has ganado. Porque aquel hombre que subió al autobús en el que regresabas de la escuela, te llamó por tu nombre y acto seguido te disparó no ha conseguido nada. Absolutamente nada. Su odio se ha quedado en él. No ha conseguido hacerlo geminar en ti. Malala, has vencido. Vas a estudiar en Oxford. Y tu victoria es enorme. Es la de todos nosotros. La de todas nosotras. Hemos ganado. Esta vez se ha impuesto la libertad. La humanidad sobre el barbarie. La razón sobre el espanto. Pero Malala, quedan todavía tantas cosas. Tanta sinrazón. Y todavía nos dedicamos a combatir terror con más terror. Crueldad con más crueldad. Abuso con más abuso. Y están señalando con el dedo a religiones enteras. Mezclan conceptos, incitan al odio. Repiten falacias una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, esperando que se conviertan en realidad. Y apelan al color de la piel como algo definitorio. Como si el envoltorio lo fuese todo. Se está quebrando el sueño que una vez tuvo un hombre. Y pocas horas después de un golpe tan brutal, con el dolor todavía pegado a las Ramblas, los supremacistas salen a la calle a escupir su odio. Y ahora atacan mezquitas y hacen pintadas. Y cada vez es más difícil hacer entender que el fuego no se apaga echando más gasolina. Que los odiados acabarán odiando. Y que el ciclo seguirá. Queda tanto por hacer, Malala.