María está en crisis

OPINIÓN

26 ago 2017 . Actualizado a las 08:45 h.

Siempre dispuesta a mantener dominados los excesos, la abuela desayunaba cada mañana cinco galletas María. Ni una más, ni una menos. A veces confesaba un brote goloso que le sugería opciones más vistosas, pero enseguida lo aplacaba con una confesión que era un entrenamiento diario: al cuerpo hay que decirle que no. Para cuando la abuela se aferraba a sus María, la despensa empezaba a llenarse de colores. Por aquel armarito iban pasando las décadas. Si hubiésemos hecho una fotografía diaria de la alacena habríamos ido retratando la historia. Las cosas cambiaban en la calle y en los despachos al mismo ritmo que allí dentro, tras aquellas puertas que primero ocultaban una oferta sobria y escueta y que poco a poco se fueron llenando de formas y grasas poliinsaturadas. La primera invasión fue la de los cereales. Entre el colacao y las María aparecieron un día unas cajas grandes llenas de copos de trigo. Los hacíamos flotar en el mismo cacao bien caliente de siempre así que en pocos minutos la combinación se transformaba en una engrudo de aspecto vergonzoso que engullíamos con la fe inquebrantable de los novatos convencidas de que tras los cornflakes vendrían aquellas casas de madera blanca que salían en las películas americanas. Achicadas pero todavía resistentes, las María tuvieron que hacerle enseguida sitio a una oferta cada día más competitiva. Galletas con chocolate, con vainilla, con naranja, sin azúcar, digestivas, para celíacos, para obesos, napolitanas, campurrianas, de dinosaurios, con princesas, tropicales, integrales con fibra, sin lactosa, sin gluten, sin huevo y sin frutos secos ni mojados. Un día las magdalenas empezaron a llamarse muffins y al jueves siguiente, cupcakes. Más desconcertante fue aquella normalidad con la que en el curro engullían unos discos dulzones con forma de platillo volante que todos llamaban macarrones, tan distintos a los tubitos que la abuela cocía hasta que estuvieran bien blanditos con un desprecio casi delictivo hacia las normas oficiales de cocción de la pasta.

En torno a las galletas se fueron creando militancias. Un primo lo era hasta alcanzar el fundamentalismo con las Príncipe de Beuekelaer. Mantenía un stock mínimo a base de comparar precios y temiéndose lo que un día pasó: el fabricante se hizo el moderno y cambió la fórmula. Una rebelión estruendosa se tejió en Internet con ningún éxito. Miles de personas reclamaron la combinación original pero la infancia se fue con la última Príncipe que engulló mi primo.

Desde entonces el pasado está siendo arrasado. Esta semana la consultora Nielsen certificó la crisis: la facturación de las María ha descendido un 6% en doce meses. Cuétara y Fontaneda hace un tiempo que no son españolas y la única empresa local que resiste es Gullón, con setecientas referencias de galletas diferentes. Para desayunar ahora preferimos los «snacks de capricho» y nuestras alacenas son como un almacén de Ikea, globalizado e idéntico en muchos meridianos. Las cinco María con las que la abuela mantenía el cuerpo a raya sugieren lo mismo que un incunable que se observa en la distancia al otro lado de la vitrina de la historia.