El astuto Puigdemont lo hará por Twitter

OPINIÓN

ALEJANDRO GARCIA | Efe

01 sep 2017 . Actualizado a las 08:35 h.

Tras una sesuda investigación politológica, que incluye datos, análisis de texto, informes jurídicos y emociones diversas, he llegado a la conclusión de que todas estas mamarrachadas denominadas leyes de desconexión -escritas por ilustres juristas, jueces y catedráticos que se han llevado una pasta gansa por manchar su nombre con tan deleznable tinta-, solo son maniobras de distracción destinadas a mantener en Babia a Rajoy y a todos los que creen -como él- que se pueden rebatir jurídicamente, o dirimir ante los impredecibles y acongojados tribunales y fiscalías de España, los contenidos enloquecidos de esta chusca literatura.

Puigdemont y Junqueras, líderes mundiales del independentismo fulero, saben muy bien que destruir un Estado soberano por la vía de la legalidad es una contraditio in terminis y una quimera. Y por eso, dado que una sublevación armada exige dar el callo y levantarse temprano durante años -los catalanes no olvidan, porque lo refrescan en cada Diada, que todas sus algaradas fracasaron-, han decidido una genialidad estratégica: declarar la secesión unilateral de España, Europa, la OTAN y la Liga de Fútbol, y también de Iberia, Hispania, Al Ándalus y Sefarad, para romper con la historia, por Twitter. Un tuit que, a partir del curso que viene, se estudiará en todas las universidades del mundo, tras haber sustituido los miles de guerras que empleó la humanidad en el rediseño de su mapa territorial, por una declaración de 140 caracteres.

Si mis informaciones son ciertas, el 2 de octubre, a las 12, bajarán los líderes independentistas a la Plaça de Sant Miquel, a un tiro de piedra de la Generalitat, y, mientras toman unas cañas, asistirán solidariamente al tuiteo de Puigdemont: «Cataluña, libre del yugo que la situó entre las regiones más ricas y autónomas del mundo, dice goodbye a España y hello al resto del planeta». Son 140 caracteres exactos, minuciosamente trabajados, que, a decir de los miles de juristas, historiadores, politólogos y obispos de Solsona que asesoran a la Generalitat, tendrán el mismo efecto que todas las leyes de desconexión, todos los referendos y todas las declaraciones de independencia que pudiesen redactarse; con la ventaja añadida de su bajo coste -«la pela es la pela»-, de su enorme difusión, y del embrollo en el que van a meter a los poderes del Estado, que así, sin comerlo ni beberlo, se van a ver ante el dilema de no hacer nada, que es lo más probable, o de hacer el ridículo mundial elevando a los tribunales, a la ONU y a la UE un tuit escrito en una terraza.

Al día siguiente, puesto que nadie va a hacer nada, todo seguirá igual: el Estado español y sus tres poderes acongojados ante el desafío. Y la Generalitat de Cataluña haciendo lo que le pete, como en los últimos años, que es lo que en lengua vulgar significa «ser independientes».