La amenaza del Estado Islámico

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

07 sep 2017 . Actualizado a las 07:55 h.

Primero Mosul, luego Tel Afar y ahora Raqa. Los criminales del Estado Islámico (EI) se baten en retirada de todos sus bastiones, dejando una estela de destrucción y horror. Es el triunfo de la cordura sobre el fanatismo y la sinrazón, la victoria, esperemos, del orden frente al caos del terror. Pero, lejos de pensar que al echarlos ya hemos ganado la guerra, debemos prepararnos para otra peor, más larga, siniestra y larvada. Una batalla en la que los que nos amenazan se esconden en cada rincón de nuestras ciudades, acechando el momento oportuno para golpearnos de manera brutal e inesperada como ha sucedido ya en Barcelona, Bruselas, Berlín, Londres o París. Porque aunque pierdan esta absurda guerra iniciada hace tres años, seguirán luchando hasta el final. Morir matando es su mayor aspiración. ¿Y cómo combatir semejante desatino? Con tranquilidad y sin temor, pero de manera implacable, conscientes de que nunca un animal es tan peligroso como cuando está herido mortalmente como lo está el EI ahora. Y, sobre todo, reflexionando sobre qué originó toda esta locura de sangre y horror para aprender de nuestros errores.

Cuando en junio del 2014 conquistaron, en cuestión de horas, Mosul, la segunda ciudad más poblada de Irak, nos cogieron a todos por sorpresa. ¿Quiénes eran esos locos desatados que tras lograr que el Ejército iraquí huyera en desbandada y sin luchar proclamaban su «Califato Islámico»? Acostumbrados a tener como enemigo claro, aunque poco definido, a Al Qaida y a sus filiales, nos cogió por sorpresa la irrupción de un nuevo grupo que decía ser un Estado Islámico. Pero, lo que ya acabó por descolocarnos es comprobar con qué velocidad conquistaban un terreno enorme sin que nada ni nadie se interpusiera en su camino. El factor sorpresa, unido al descontento de la población suní de Irak, agraviada por la política revanchista del presidente chií Nouri al Maliki y al carácter corrupto de los mandos militares del Ejército, así como la guerra civil en Siria, facilitaron el acceso a un territorio que, en otros tiempos, hubiera sido impensable. Y ahí es donde debemos redoblar esfuerzos. Porque, el origen de toda esta locura está en la injusticia, la opresión y la pobreza. El que no tiene nada, no teme perder lo que no tiene, ya sea en Irak, Siria o en Europa.