Maneras de vivir

OPINIÓN

10 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En Junio de 1970, el compositor y director de orquesta Leonard Bernstein y su esposa Felicia, celebraron, en su exquisito Penthouse del Upper East Side neoyorkino, una fiesta de recaudación de fondos, a la que acudió la flor y la nata de la intelectualidad progresista de Manhattan. Como testigos de su enorme preocupación y compromiso con las causas sociales, asistieron, en calidad de invitados de excepción, dos miembros de la organización radical, negra y revolucionaria, Partido de los Panteras Negras, lo que, entre otras cosas, obligó al matrimonio Bernstein a prescindir, por un día, de todo su personal de servicio de color, a fin de no «ofender a los activistas invitados». Este episodio, magistralmente narrado por otro de los invitados,  el escritor y padre del Nuevo Periodismo, Tom Wolfe, en su obra ,«Radical Chic» (traducida aquí como «La Izquierda Exquisita»), nos permite constatar, de un modo fehaciente, la existencia de ese intelectual o personaje público, al que ya me referí en alguno de mis otros artículos (Las revoluciones ajenas, 27/03/2017), el cual, trata de conjugar y hacer compatible su origen y estatus acomodado y gusto por la buena vida, con un izquierdismo más o menos radical. El asunto vuelve estos días a la palestra, con la boda del coordinador general de IU, diputado de Unidos Podemos y azote del PCE de la Transición, Alberto Garzón Espinosa. Así, semanas atrás, las redes sociales echaban humo criticando la «hipocresía» del líder comunista por llevar a cabo una ceremonia con todo el lujo y boato propio de una boda de alto copete. El felizmente casado respondió airadamente, atribuyendo las críticas a esa «derecha cavernícola que sólo piensa en disparar al rojo»; pobre argumento éste, que denota que el marxista Alberto no parece tener la conciencia muy tranquila. En este sentido, debería aprender de su amigo El Gran Wyoming y tomarse las críticas, por eso de ser de izquierdas y vivir «desahogadamente», con un poquito más de humor.

Obviando el hecho, constatado una vez más, de que los hermanos Garzón provienen de una familia de clase media acomodada, la cuestión, como diría el castizo, tiene su aquel.  Partamos, pues, de una premisa indiscutible: el problema sólo se le plantea a los políticos de izquierda; la derecha, con sus dirigentes a la cabeza, nunca ha tenido el menor remilgo en vivir bien y en hacer pública ostentación de ello. Y mi opinión al respecto, creo que ha quedado claramente expuesta en anteriores artículos; ser de izquierdas, para mí, significa luchar contra la injusticia y la desigualdad social y lograr, así, que todos tengamos las mismas oportunidades independientemente de nuestro origen y condición social. Pero, dicho esto, también creo firmemente, que existe una ética de izquierdas,  y que la misma  depende, no tanto de una cuenta  corriente más o menos saneada, como de que, cuando defiendes públicamente tus ideas, debes esforzarte para vivir de acuerdo con ellas, ya que, como decía Albert Einstein, «dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera».

En realidad, no me negarán que resulta entrañable ver cómo todos estos jóvenes del botellón, el 15 M y la crítica más furibunda a todo aquello que huela a «vieja política» o a «casta», se casan de chaqué, con la novia vestida de blanco «como dios manda»,  ante más de doscientos invitados y celebrando  el ágape nupcial  en un restaurante de postín con un menú de más de 300 euros el cubierto. No seré yo, hijo de un obrero de ENSIDESA y que logró cursar sus estudios universitarios gracias a una beca, el que critique a estos rapacinos por casarse y vivir como les dé la gana; pero lecciones de ética por parte de todos estos savonarolas de vía estrecha, por favor, las justas. Al fin y al cabo, uno lleva ya  viviendo en este viejo mundo lo suficiente para poder distinguir a los demagogos, a los populistas y a los hipócritas. No en vano, ya nos advirtió Bertolt Brecht que: «cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad»; consejo éste, del que toda esa muchachería con ínfulas revolucionarias debería tomar buena nota.