Algunas precisiones

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer I Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

17 sep 2017 . Actualizado a las 10:13 h.

En el totum revolutum agobiante y cansinero del asunto catalán que nos ha robado el verano y amenaza con amargarnos el otoño, no podemos minusvalorar el problema que supone no reconocer las fuentes de autoridad en una sociedad que ha torpedeado su propia tradición de saber común, convirtiendo en ídolo todo tipo de ignorancias y pasiones.

Palabras tan manoseadas estos días como, desobediencia, autoridad, autoritarismo, libertad, legalidad, miedo, diálogo… se usan y abusan tocando de oído, sin otra partitura que la del cliché enlatado que vale igual para un roto que para un descosido, vaciándose de contenidos y de capacidad de orientación.

Antes de seguir con esta tragicomedia convendría hacer algunas consideraciones previas.

En su análisis sobre el poder D. M. Wrong clasifica las diferentes modalidades de ejercicio del mismo según sea el tipo de relación: asimétrica o de igualdad. En las primeras se recurre a la fuerza y la manipulación a la hora de ejercerlo; en las segundas, a la persuasión y la autoridad. El vocablo autoridad proviene del verbo augure, que significa aumentar, crecer, progresar. Muy lejos del sentido con el que se maneja.

Mientras que el poder que se ejerce por la fuerza tiene su sustento en la violencia, la manipulación es un poder que se ejerce ocultando las intenciones mediante un esfuerzo deliberado de influir en la sociedad a la que no se le comunica explícitamente las intenciones del poderoso.

La autoridad es legítima cuando se sustenta en leyes consensuadas y solo en el contexto de actividades gobernadas por reglas compartidas tiene sentido hablar de la libertad de elección.

Desobedecer las reglas no es obtener la libertad perfecta, sino crear una situación donde la noción de libertad no tiene asidero, resultando contradictoria la afirmación de que para asegurarse la libertad de elección, es necesario desobedecer la autoridad.

La libertad verdadera acepta la autoridad de la misma forma que la autoridad verdadera reconoce la libertad. La libertad que no reconoce la autoridad es una libertad arbitraria y viceversa, la autoridad que no reconoce la libertad es autoritarismo. «Venceréis, pero no convenceréis», le dijo la autoridad al autoritarismo.

En la medida en que la autoridad implica que la obediencia a los ordenamientos no sea impuesta, sino que tenga sustento legítimo, se puede afirmar que la crisis de la democracia y de Cataluña es una crisis de autoridad en el sentido auténtico de la palabra autoridad.

Escuchar a la impacientada Anna Gabriel decir que «no es verdad eso de que sin violencia se pueda hablar de todo» es una afirmación tan autoritaria y peligrosa como ignorante.

Intentar persuadir a la gente vendiéndole una Arcadia de humo o pretender ejercer la autoridad solo a golpes de querellas, también.