Rostros

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

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17 sep 2017 . Actualizado a las 10:08 h.

La cara no es el espejo del alma, como dice el refranero, pero sí es la parte de nuestro cuerpo que contiene más información sobre quién somos y cómo somos. Indica la procedencia probable, el parentesco, la edad, el estado de ánimo. A veces, lo hace en lo que hoy llamaríamos tiempo real: el rubor, la dilatación de las pupilas, las muecas de dolor. No es sorprendente -ni superfluo- que existan industrias multimillonarias dedicadas a cambiar el aspecto del rostro por medio de la cosmética, el afeitado o la vida sana. La cara no es el espejo del alma, pero es una buena aproximación.

Por eso era esperable que, antes o después, los teléfonos móviles, que se van convirtiendo rápidamente en los depositarios de nuestra identidad, quisieran vernos la cara para saber quiénes somos. Precisamente, la semana pasada se presentaba con gran fanfarria un terminal telefónico móvil muy popular, y su gran atractivo era ese: que identifica a su propietario a través de un software de reconocimiento facial para activarse. No salió demasiado bien: el cacharro se negó a reconocer el rostro del vicepresidente de la empresa.

Sin embargo, nadie duda que la tecnología de reconocimiento facial va a generalizarse en los próximos años. En Pekín ya se usa ya para identificar a los que gastan más papel higiénico del permitido en los servicios públicos (el máximo son 60 centímetros cada nueve minutos). En Shenzhen, los que cruzan la calle por donde no está permitido ven aparecer su foto, etiquetada con su nombre, en una pantalla gigante. Hay programas que detectan caras de disgusto entre los clientes de los grandes almacenes para enviar a un empleado rápidamente a complacerlos. El FBI ya ha amasado una base de datos de cien millones de fotografías, la de la policía china contiene más de setecientos millones. Pronto la tecnología estará disponible para los cientos de millones de cámaras de circuito cerrado que hay en el mundo.

Como suele ocurrir en estos casos, aparecen voces que advierten del peligro. La tecnología ha mejorado mucho, pero no está suficientemente perfeccionada. Para demostrarlo, un ingeniero de 41 años, usando unas simples gafas, consiguió recientemente que un programa de reconocimiento facial lo identificase como la actriz Milla Jovovich -a la que no se parece ni remotamente-. Una compañera suya, una joven de la India, se pudo hacer pasar por el viejo general norteamericano Colin Powell, al que se parece aún menos. El software se basa en generalizaciones y conduce a errores. Se le puede engañar. Malinterpreta algunos gestos, especialmente si el color de piel es demasiado claro o demasiado oscuro. Como todos los programas basados en algoritmos y grandes cantidades de datos, no ha sido diseñado para ser justo con todo el mundo, sino para ser eficaz en la mayor parte de los casos.

También nosotros tenemos un software de reconocimiento facial que se activa a los treinta minutos de nacer y nos permite reconocer el rostro de nuestra madre a las 48 horas. A los tres meses, los bebés ya distinguen entre los rostros que les gustan y los que no. También ese software se basa en generalizaciones, conduce a errores, se le puede engañar. Malinterpreta gestos, especialmente si el color de piel es demasiado claro o demasiado oscuro. También nosotros hemos sido diseñados para ser eficaces en la mayor parte de los casos. También nosotros intentamos engañar a ese software de los demás -nuestra vida social consiste en gran parte en eso-. La tecnología, al fin y al cabo, no es más que la constante ampliación de nuestros sueños y nuestros errores.