Ciclones y terremotos

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

24 sep 2017 . Actualizado a las 10:21 h.

México es un país de pasión. Donde la vida se vive cada día con un entusiasmo apocalíptico, como si fuera la fiesta del fin de mundo; el grito de Dolores, la santa muerte, san Judas Tadeo, la virgen de Guadalupe. Es el país de la tierra caliente, de los océanos y los volcanes. De la comida colorida y picante, callejera, de la cerveza clara y el tequila reposado. El país de los tamales y los mariachis, de los tristísimos organillos alemanes que recuerdan al vampiro de Dusseldorf. El país, en fin, del pobre Maximiliano y de la revolución. En México los jóvenes diseñadores hípsters de la UNAM escuchan todavía a Jorge Negrete y coleccionan máscaras de lucha libre mientras que sus compañeras siguen complicados estudios de ingeniería civil. En México las muertes son terribles. Y la naturaleza, que pareciera un parque temático del Mesozoico, contribuye cada cierto tiempo a la tragedia. Cuando la tierra se revuelve deja en ridículo las matanzas de los carteles de la droga. Es el escenario decadente de los perdedores que fascinaba a Malcolm Lowry y a John Houston, pero también la tierra de la felicidad de la marquesa de Calderón de la Barca, la escocesa Frances Erskin Inglis, que a mediados del siglo XIX recorría el país a caballo junto a su marido español, primer embajador tras la independencia. Hoy México es un país joven y fuerte que se levanta de los terremotos con rabia y dolor, y que mira al Popocatepetl y grita, como el cura Hidalgo, ¡Viva México, cabrones!