La semana tragicómica de Barcelona

OPINIÓN

JON NAZCA | REUTERS

28 sep 2017 . Actualizado a las 07:41 h.

Creo que fui el primero en proponer la aplicación del artículo 155 de la Constitución para frenar el independentismo de la Generalitat. Ahora ya lo pedimos muchos -entre los que destacan Guerra y González-, pero puedo asegurarles que no es fácil opinar, con libertad, en contra de las corrientes mayoritarias. No lo fue en este asunto, ni cuando las tendencias germanófobas, que reinaban en Europa durante la crisis, identificaban a Merkel con una plaga bíblica, mientras ponían a Varufakis y Stéphane Hessel en la peana de los redentores.

Ahora recuerdo estas cosas por dos motivos: porque mi humildad no es suficiente para librarme de presumir -un poquito- de mis aciertos; y porque es bueno que nos preguntemos por qué algunos lo vimos tan pronto y otros siguen sin verlo ahora. Y la razón es tan sencilla como esta: lo que ven tus ojos depende de la dirección hacia la que orientes tu cabeza. Si miras al suelo no ves las estrellas, y si miras para onte no puedes ver el mañana. Hace un año que Rajoy, por consejo de Soraya, está mirando hacia la República de Cataluña, y hacia los desvíos legales que dicho proceso exige. Por eso vio jueces y fiscales actuando al mando de diez mil guardias civiles. Yo, en cambio, miraba para este preámbulo de mamarrachadas, impotencia, confusión e infantilismo que estamos viviendo. Me imaginaba a los jueces y fiscales persiguiendo a miles de curritos enardecidos mientras la Generalitat seguía echándole gasolina al fuego desde la más absoluta impunidad, y todos los principios legales, cívicos y morales pisoteados en aras de una payasada gigantesca que nos avergüenza y humilla ante Europa y medio mundo.

Por eso vi que solo el artículo 155 podía evitar esta tragicomedia de Sant Jaume y la Moncloa, cuyo remolino es ya incontrolable; mientras desde la Moncloa solo vieron que el 155 es tan excepcional y tiene tantos riesgos que hace preferible encomendarse a la quimera de un gobierno de jueces y fiscales antes que gobernar, políticamente hablando, como Dios manda y la Constitución dispone. Soraya, que está en Babia, coincidió ayer con los obispos balanceándose sobre el mismo discurso que nos hacía a los niños de Forcarei la maestra de párvulos: «Sed bueniños, no peleéis, y no rompáis los floreros»; mientras los curas y obispos independentistas ya venían sembrando cizaña desde hace años -tan impunes como la Generalitat-, y a la Guardia Civil le salían más topillos en la Diagonal que en los barbechos de Castilla.

Ahora es tarde para todo, porque la política ya está envenenada. Y, aunque no creo que España se muera de esta, va a quedar macerada y harapienta, porque estamos ante la primera revolución de la historia en la que sublevados y Gobierno terminarán empatando. Así que, si no fenecemos, solo puede ser, como dijo Fernández Díaz, porque todos tenemos -¡Ei, carballeira!- un ángel de la guarda.