De luces y sombras

OPINIÓN

04 oct 2017 . Actualizado a las 20:12 h.

Días atrás, intentando poner un poco de orden en mi «caótica» biblioteca, me topé con un libro que leí hace ya unos cuantos años: «Autobiografía de Federico Sánchez», del intelectual, exdirigente comunista y exministro de cultura del gobierno socialista de Felipe González, Jorge Semprún Maura, de cuya muerte se cumplieron, el pasado siete de junio, seis años. En esta especie de biografía novelada, y partiendo de un hecho tan determinante en su peripecia vital y política como fue su expulsión del PCE, escenificada en la reunión del Comité Ejecutivo dirigida por «Pasionaria» y Santiago Carrillo, en abril de 1964, Semprún se dedica a ajustar cuentas con los viejos camaradas y con el partido del que fue proscrito, junto a Fernando Claudín, en aquella histórica sesión celebrada en un castillo de las afueras de Praga.

Lo más reseñable de este libro, escrito en 1977, radica, a mi entender, en la asunción por parte del autor de todas las responsabilidades derivadas de las actuaciones llevadas a cabo por «El Partido» (como era conocido el partido comunista en la clandestinidad), durante su periodo de pertenencia al mismo. Efectivamente, haciéndose su propia autocrítica (término muy propio de los partidos estalinistas, hasta el punto de que, como el mismo Semprún señala en tono jocoso, era muy habitual que fueran los otros camaradas los que le hicieran una «autocrítica» al militante díscolo), el que fuera superviviente del campo de concentración de Buchenwald, entona el «mea culpa» y no busca justificación alguna a su actuación durante sus largos años de «intelectual estalinizado» (según sus propias palabras), asumiendo como propios, tanto los aciertos como los errores de una organización tan jerarquizada, burocratizada y opaca, como era el PCE de entonces. Aún hoy en día resuena en nuestros oídos la expresión con la que «Pasionaria» se dirigió a Claudín y Semprúm, calificándolos de, «intelectuales con cabeza de chorlito».

Frente a esa gallarda actitud debo confesar que me causa cierta desazón, y no poca incomodidad, la postura de algunos militantes socialistas asturianos, muchos de ellos con relevantes cargos orgánicos e institucionales, que parecen olvidar (los demás no lo olvidamos), que durante los 17 años que duró el «javierismo», no levantaron la voz, ni una sola vez, para criticar, siquiera mínimamente en los distintos órganos del partido de los que formaron parte, la actuación de las diferentes comisiones ejecutivas dirigidas por Javier Fernández. Por el contrario, muchos hemos sido testigos de cómo algunos de ellos saltaban prestos a defender la actuación del secretario general, acallando cualquier crítica a la misma, por muy moderada que esta fuera.

Pues bien, son estos mismos compañeros los que ahora, con el «moro» ya políticamente «muerto», acudieron, «lanza en ristre», a las distintas asambleas locales a votar en alegre compaña en contra de la, al parecer, «nefasta» gestión de la comisión ejecutiva de la FSA y el anterior secretario general;  valiente actuación esta, que no dudaron en reiterar en el congreso que los socialistas asturianos celebramos el pasado fin de semana. Un cónclave en el que el informe de gestión de la ejecutiva saliente, con su secretario general a la cabeza, fue refrendado por un 54% de los delegados, pero con el voto en contra de todos estos dirigentes, algunos de los cuales llegaron a ostentar, en su momento, labores de gobierno en los distintos ejecutivos socialistas de Javier Fernández. No voy a entrar a valorar las consecuencias que dicha actitud puede ocasionar a un gobierno autonómico al que le quedan casi dos años de legislatura; pero sí me atrevo a pedir un poco de sensatez y prudencia a los nuevos/viejos dirigentes de la FSA, con el compañero Adrián a la cabeza, a fin de evitar un desenlace que muchos, lamentablemente, prevemos si se persevera en esa actitud. Ya que no podemos pedir generosidad en la victoria, exijamos, al menos, cordura en la gestión.