Las pasiones y los intereses

Xosé Carlos Arias
Xosé CArlos ARias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

05 oct 2017 . Actualizado a las 07:40 h.

La apelación a la búsqueda del autointerés para solucionar los problemas colectivos no tiene buena prensa. Sin embargo, no pocas veces radica ahí la clave para una solución razonable de los conflictos. Debemos al gran Albert Hirschman el estudio clásico sobre esta cuestión (en su libro Las pasiones y los intereses), aplicado a los orígenes del capitalismo; en aquel momento histórico, la noción de dulce comercio aportó un notable avance civilizatorio sobre el modo anteriormente predominante de resolver las relaciones entre las naciones: entrematándose. 

Es decir, no está tan mal eso de calcular, intercambiar, transaccionar. Por el contrario, en las sociedades complejas la presencia de las pasiones -sobre todo si estas están desbordadas- representan el peor de los peligros para resolver las eventuales disputas. En los últimos días, la relación con el asunto de Cataluña, no faltan las llamadas en esa dirección, entre ellas la de la Comisión Europea. Sin embargo, la orientación predominante es, tristemente, la opuesta: desde el 1 de octubre los márgenes para cualquier negociación parecen haberse estrechado notablemente, y son las pasiones -las bajas pasiones, asociadas al espíritu de tribu- las que tienden a ganar peso. La marea de banderas, que va a más, es su más clara expresión. Con ello, el escenario catastrófico se ha hecho más creíble.

De avanzarse más por esa vía, los efectos sobre la convivencia serían sin duda de consideración. Pero desde un punto de vista económico también el impacto puede ser de gran intensidad. Para el conjunto de la economía española (y atención, además, a los efectos sobre el área del euro) las consecuencias probablemente serían muy notables. Después de una grave crisis superada a medias, y con una deuda externa enorme, lo que menos necesita la economía es una ruptura institucional de ese calibre, con el caos instalado en el 19 % del PIB. Naturalmente, esas consecuencias afectarían aún más a la propia Cataluña. Y si llegara a consumarse una secesión por la vía del conflicto descarnado, probablemente una generación entera de ciudadanos catalanes experimentarían un deterioro muy notable de su nivel de vida. Nada que ver con esa visión guay que los separatistas han estado vendiendo con éxito.

¿No será esto algo exagerado? No parece, pero es imposible afirmarlo con precisión: la incertidumbre sobre lo que hay al fondo de ese abismo es muy elevada, pero es altamente probable que todos resultaríamos perdedores. Y eso es precisamente lo que le da una buena oportunidad a la vía de la negociación. Se dirá, con razón, que mejor sería aspirar a recomponer los sentimientos de pertenencia compartida, etcétera. Pero eso será mejor dejarlo para más adelante. Llegados hasta aquí, el puro interés de todas las partes de evitar el paso catastrófico es ahora mismo el mejor, sino el único, incentivo real para un acuerdo que no puede sino llevar a una reforma de la Constitución.