El Estado no negocia con golpistas

Gonzalo Bareño Canosa
gonzalo bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Angel Díaz | efe

06 oct 2017 . Actualizado a las 08:04 h.

¿Dónde estabas tú el día en el que Cataluña declaró la independencia unilateral? La pregunta que nos haremos en el futuro no se refiere a la ubicación física, que es lo que solemos recordar con el tiempo al rememorar acontecimientos excepcionales como el atentado de las torres gemelas de Nueva York o el asesinato de Kennedy, sino a dónde se situaba cada uno en términos democráticos mientras se perpetraba el mayor atropello a las libertades desde el final de la dictadura. Vivimos un momento histórico y decisivo. Y cada uno de nosotros será responsable de lo que está haciendo y diciendo estos días -o dejando de hacer y de decir- para impedir que se consume ese golpe antidemocrático en Cataluña. La historia nos juzgará, si se quiere plantear el asunto en términos más dramáticos.

Cabría suponer que todos los demócratas españoles deberían estar unidos por encima de siglas e ideologías para hacer frente a un ataque tan flagrante a sus derechos, que tiene además un coste brutal para Cataluña en términos de fractura social y hasta económicos, como ayer se comprobó con la huida del Banco de Sabadell. Pero no es así. Están primero los populismos, que se muestran equidistantes y aprovechan esta crisis para debilitar al Estado y al propio sistema democrático, porque ese es su único objetivo. Están -estamos- los que creen que no se negocia con golpistas y que todos los demócratas deben apoyar la firme aplicación de los instrumentos del Estado para forzar el cumplimiento de la ley.

Pero están también los que, atemorizados o tratando de sacar tajada, insisten en que el Gobierno debe dialogar con los golpistas, en una política de apaciguamiento a lo Neville Chamberlain que solo serviría para que el independentismo gane tiempo y se haga fuerte.

La mención a Chamberlain no es tan extemporánea si se tiene en cuenta que la reiterada alusión de Carles Puigdemont a Cataluña como «un solo pueblo» recuerda al «Ein Volk» del que se hablaba en Alemania en 1935, o que Oriol Junqueras es en realidad, por irónico que parezca en su caso, un supremacista que en el 2008 dejó escrito como argumento para la independencia que «los catalanes tenemos más proximidad genética con los franceses que con los españoles» y los españoles «presentan más proximidad con los portugueses que con los catalanes».

No hay diálogo, negociación, mediación ni equidistancia posible con los golpistas que pisotean la Constitución. La obligación del Estado no es sentarse a dialogar, sino negarse al chantaje al que quieren someterle Puigdemont y Junqueras con más de siete millones de catalanes como rehenes.

No solo es necesario restablecer cuanto antes el orden en Cataluña, como demandó el rey a los poderes del Estado, sino también hacer que los culpables del golpe respondan ante la Justicia. Cualquier otra salida convertiría a España en un Estado de derecho demediado. La declaración de independencia de Cataluña puede llegar el lunes.

A un demócrata no debería hacer falta preguntarle en el futuro dónde estaba él ese día.

La obligación del Estado no es sentarse a dialogar, sino negarse al chantaje al que quieren someterle Puigdemont y Junqueras con más de siete millones de catalanes como rehenes.