Cataluña y el valor del buen periodismo

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

09 oct 2017 . Actualizado a las 08:33 h.

El delirio catalanista ha desnudado eso que la filosofía del pensamiento único, y débil, ya denomina posverdad. Ha dejado en evidencia a las redes sociales, más fraudulentas que las aranas que cuentan en los colegios a los niños catalanes. También ha tenido, el delirio, alguna consecuencia óptima. Por un lado, ha alentado el mérito de España y lo español (con la manifestación de ayer como estandarte) y, por otro, ha servido para ofrecer la imagen real de algunos de nuestros políticos. Rajoy no está saliendo bien parado del envite, aunque con su proverbial serenidad podrá aguantar galernas postreras. Sáenz de Santamaría ha fenecido políticamente: éxito notorio con las urnas desaparecidas, con el referendo que no se haría y se hizo, con la «confianza» en los mossos para cerrar colegios, etcétera. Sánchez, que ya estaba fenecido, ha profundizado su agujero. ¿Aún puede despeñarse más el PSOE?, me pregunto. Sí, Sánchez puede. Los viejos socialistas han reivindicado las señas de identidad al PSOE, aunque de nada sirva. Rivera ha crecido. Y, como colofón, el periodismo de verdad se ha impuesto a la grosería del neoperiodismo de Internet y, sobre todo, a la manipulación con la que los antidemócratas han urdido sus engaños.

Como lector de periódicos, estoy satisfecho (si es que satisfecho es un adjetivo adecuado en este trance). Hablo de los periódicos de papel, esa costumbre que es la que mejor formación ha dado a mis días. La literatura también reside en ellos. Pero sobre todo, la verdad. Mientras la prensa digital y las redes sociales se inventaban dedos rotos, agresiones sexuales, millones de manifestantes y otras lindezas de la posverdad, la prensa de papel supo estar en su sitio. Mientras las fotografías de Internet eran documentos usados como pólvora, el papel iluminaba las certezas. De este envite, los periódicos, a los que tantas veces se les ha entonado el réquiem final, han salido reforzados. Incluso considero que ellos han hecho el papel que el Gobierno no ha sabido ejecutar. Desde el principio, Rajoy ha esperado. En tanto, las cabeceras principales de España salían al encuentro de sus lectores aportando posibles salidas al laberinto catalán.

Para terminar, como lector y colaborador, siento un orgullo muy particular de La Voz de Galicia. Me pregunto qué pasaría en este país si nuestro patrón, Santiago Rey, fuese un espejo de algún conde que ha pilotado de modo vergonzante el único periódico serio que se ha posicionado con los golpistas (cómo puede presentarse como vanguardia informativa la complicidad con los reaccionarios y el desafío al Estado de derecho). Me pregunto, también, qué sería de Galicia si en La Voz también se jugase a favorecer las diferencias y ensuciar las similitudes, fomentar el odio al adversario y no el amor a lo propio, alentar la ilegalidad y no la ley que a todos nos abriga. El buen periodismo está haciendo más por España y por Galicia que lo que, desgraciadamente, hasta ahora hizo el Gobierno.