Independencia por fascículos

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

11 oct 2017 . Actualizado a las 07:25 h.

Los secesionistas han mentido mucho durante estos últimos años. Pero si en algo no nos han engañado ha sido en la ejecución de su proyecto separatista. Anunciaron con antelación cada uno de sus pasos hacia el precipicio y ejecutaron el guion previsto sin importarles lo más mínimo las consecuencias sociales y económicas de su delirio.

Incluso plasmaron, negro sobre blanco, los detalles de su plan para volar el Estado de derecho español y fundar una república catalana donde todo sería felicidad y abundancia. Sería la culminación soñada de la revolución de las sonrisas y de la fiesta del pijama que se puso en marcha el 1-O.

Lo que se votaba ese domingo estaba resumido en el artículo 4 de la Ley del referendo de autodeterminación, donde se fijaban los dos escenarios posibles después de la consulta. Si ganaba el sí, el Parlament declararía formalmente la independencia de Cataluña. Si se imponía el no, se convocarían de inmediato elecciones autonómicas.

Pero, llegado el momento decisivo, el vértigo se adueñó del polvorín secesionista, una amalgama donde conviven las almas pequeñoburguesas de los antiguos convergentes con el espíritu rupturista de la CUP. Ahí reventaron las costuras de una coalición demasiado artificial para sostenerse en pie en los instantes de pánico, con el Estado enfrente preparado para lanzar el artículo 155 contra los insurrectos. Ahí surgieron las terceras vías entre la secesión y los comicios anticipados. Se empezó a hablar de una declaración retórica o de una DUI en diferido y Puigdemont optó por la poco honrosa alternativa de proclamar la independencia desde el atril y, a los 48 segundos, pedir al Parlament que pulsase el botón de pausa y suspendiese sus efectos. Unas horas después, dentro de esta lógica disparatada, los 72 diputados secesionistas firmaron la declaración de independencia. ¿Independencia de qué? ¿De la realidad?

Tal vez desde la orilla constitucionalista hayamos concedido a Puigdemont un protagonismo excesivo tanto en la solución como en la creación de un problema que hace tiempo que se le ha ido de las manos. Tendemos a culpabilizar a un líder para no asumir la gravedad de las responsabilidades colectivas, pero ahora comprobaremos con dolor hasta qué niveles de frustración llegarán no ya la CUP, ANC y Òmnium, sino una parte nada menor de la sociedad catalana firmemente convencida de que ayer se iba a proclamar solemnemente la independencia. Porque todos ellos estaban dispuestos a saltar, con el país atrapado a modo de rehén entre sus brazos, al vacío de la secesión. Y ahora se encuentran solos, en medio del vacío, sin secesión y con Puigdemont jugando a coleccionar una independencia por fascículos.