Entre las diferentes opciones por las que Carles Puigdemont podía haber optado, eligió la más cobarde. Ni independencia inmediata, ni marcha atrás. Declaración de independencia pero con suspensión inmediata; o lo que es lo mismo, procés a paso de tortuga a ver si logran vencer por cansancio del adversario. Cataluña queda en un limbo porque hay una desconexión en diferido.
Puigdemont trató ayer de mostrarse a Cataluña, a España y al mundo como un president dialogante; dolido por los ataques que el Estado español propina históricamente a los catalanes y dispuesto a ceder, no sabemos muy bien en qué, para lograr un diálogo. Se presentó como el que al fin hace justicia a una humillación histórica y resolvió con porrazos y acusaciones el pucherazo del 1-0 y con bromas la huida de su PIB.
No convenció a nadie. Ni a quienes se oponen a la independencia, ni a sus socios y guías espirituales de la CUP, que ya hablan de traición.
Los grafólogos aseguran que Puigdemont es combativo, que necesita ganar tiempo, que muestra nerviosismo en sus decisiones y que sufre un fuerte complejo de inferioridad. Les falta decir que en las ocasiones importantes actúa con cobardía. Porque si hubiese sido valiente ayer, o hubiera declarado la independencia sin suspensiones, o habría retirado la declaración. Pero se quedó en tierra de nadie; que es donde se quedan los acomplejados y los que saben que no tienen salida.
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