La ciudad de las estrellas

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

16 oct 2017 . Actualizado a las 08:03 h.

Estaban allí, aunque nadie quería verlas. Pasaban con cuidado, de puntillas, para ni siquiera rozarlas. Vivían entre ellos, pero las tenían invisibilizadas. Y cuando empezaron a ser demasiadas como para poder ignorarlas, las enterraron en un sótano oscuro, pestilente, al que nadie bajaba. Cerraron la puerta y fin del problema. Allí se habían quedado, enterradas. Y aunque nadie quería saber que existían, allí estaban. Retorciéndose. A veces, cuando todo se quedaba en silencio, cuando el último foco se apagaba, al cerrar por última vez la claqueta esa jornada, podían escucharlas. El siseo de cientos de ellas reptando. Un lamento sordo, amortiguado. Un gemido que se confundía con el ruido de la gran ciudad. De la fiesta del siglo. Del glamur de la última velada. Era tan fácil pensar que no había sollozo alguno. Que no había pasado nada. Pero si algo hemos aprendido del cine es que no, que es imposible. Que ninguna puerta está siempre cerrada. Y esta se ha abierto, y ahora ellas, algunas de ellas, campan a sus anchas. Y ya no pueden cerrar los ojos. No pueden invisibilizarlas. Ni meterlas de nuevo en el sótano. Ni hacer como que no pasa nada. Era un secreto mal enterrado. Como el de una película mala. En la fábrica de los sueños se confeccionan las pesadillas más elaboradas. La ciudad de los acosadores. De las estrellas acosadas.