El genial Joyce y/o el disfrutón Follet

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

24 oct 2017 . Actualizado a las 07:59 h.

Estamos en tiempos en los que parece obligado ser excluyente y tenemos un ejemplo muy claro en el mundo de la lectura: ¿Joyce y/o Follet? Los que disfrutamos con la variedad encontramos el momento eterno para Joyce y el instante fugaz para Follet. Adoramos el Ulises y gozamos con Una columna de fuego. Los dos autores solo comparten que utilizan palabras y cuentan historias. Pero es curioso que Follet, ameno y ágil como ninguno, que se hizo famoso escribiendo sobre la construcción de una catedral (Los pilares de la tierra), nos dé la pista sobre la diferencia evidente entre ambos. Joyce es la catedral, por supuesto. Joyce es un ocho mil. Leerlo es prepararse para la escalada, para el reto. Joyce nos apetece cuando buscamos esfuerzo, estudio, entender, comprender, ir más allá. Es un genio indiscutible. Mientras que Ken Follet es una confortable capilla, aunque escriba libros de mil páginas sobre una catedral. Una iglesia pequeña en la que todo está a mano y la trama (sota, caballo, rey y as; amor, dinero, poder y religión) te hace devorar las páginas sin complicaciones. Hay un momento para Joyce, como lo hay para Follet. Menos odio y más comprensión. Ambos son números uno, cumbres, en lo suyo. James Joyce en el Ulises batió los récords de utilización de vocabulario en inglés y de empleo de juegos de palabras. Una anécdota maravillosa que se cuenta de James cuando todavía era niño, era Jimmy, ubica que ya tenía una mente prodigiosa. Al llegar al internado, el profesor le preguntó su edad y él contestó: «Half past six» («Seis y medio»). Le dijo la edad, jugando con la manera de decir las horas en inglés. El chispazo de un crío de seis años y medio. Joyce era complejo y su vida así fue (sus cartas hardcore a Nora; aquí va un ejemplo de lo más suave: «Querida mía, a quien trato de degradar y pervertir. Quiero darte un beso ardiente de deseo en tu indecente trasero desnudo»). Y su mente le llevó a escribir textos difíciles. Follet es otra cosa. Es un personaje encantador. Reconoce en las entrevistas que lo que más le gusta es disfrutar de la vida y no complicarse. «El Nobel para otros, para mí, el Maserati». Buen vino, buena mesa, amigos, reír. Y así es lo que escribe: fácil, pero engancha. Jamás entenderé por qué no sentir placer con los dos.