Cataluego

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

29 oct 2017 . Actualizado a las 09:55 h.

Al comienzo de El Aleph de Jorge Luis Borges, el protagonista se estremece al comprobar que abrumado como está por la muerte de su amada Beatriz, se ha cambiado un anuncio de cigarrillos rubios en la calle, pues así sigue el devenir del universo ajeno del todo a su dolor, tan intenso, tan verdadero y también tan sólo para sí.

La bandera rojigualda todavía ondeaba sobre el Palau de la Generalitat a la hora en la que escribía esta mi tabarra dominical; igual era perezaca de trepar al mástil para arriarla después de apiñarse en las escaleras, móvil en mano para un selfie entre decenas de alcaldes, para declarar la república independiente; igual fue despiste o quizá un guiño al porvenir inmediato. Porque lo anodino corroe la épica como el mar la roca más sólida. También a esta hora, mientras Puigdemont se duplicaba (vídeo grabado mediante) en una comparecencia formal para pedir que se siga «perseverando» a la par que su yo del presente se iba de vinos por Girona (también con selfies, lo de los selfies es crucial); Trapero y su jefe inmediato daban por buena, con plena aceptación, su destitución por el Ejecutivo central en aplicación del artículo 155 y emplazaban a los mossos a cumplir las órdenes del que estuviera por venir. Por la tarde la policía autonómica ya le retiraba la escolta a los consejeros destituidos. Y esto era a mitad del sábado, con todo un domingo (el menos épico de los días de la semana) aún por transcurrir hasta el lunes (que es el caerse del guindo de la semana, una jornada toda ella hecha zasca) cuando llega Paco con todas las rebajas y por eso es odiado hasta en canciones de Bob Geldof.

Ya el viernes por la tarde se iban agotando los países que no reconocían a la república catalana; no sé quién comentó y no quiero atribuirme el mérito de una analogía que no es mía, que Cataluña era la RemediosAmaya en la Eurovisión de los reconocimientos internacionales. Tampoco la UE, tampoco la EFTA, nada, ninguna de las entidades supranacionales que, según los indepes, estaban prácticamente rogando por contar en su seno con tan singular nación, arquearon de más una ceja. La indiferencia es el castigo que más duele. Días antes, la ANC convocó a sus huestes para interrumpir el paso de la línea del autobús 155, que circula en Montcada i Reixac. Lo hicieron sólo unos minutos, como una brevísima intrusión de la epopeya en lo cotidiano, una gesta heroica cargada de modestia, apenas entrar y salir y vayamos ya que estos señores tendrán que cenar. Con el 155 no acaban de llegar esos tanques soñados por la Diagonal, como los bárbaros de Kavafis, sino la muy mundana amenaza de suspensión de empleo y sueldo a los funcionarios que no cumplan con el mandato del Ministerio correspondiente. También una convocatoria express de unas elecciones autonómicas el 21 de diciembre, lo que, como todo el mundo sabe, es el colmo de la opresión dictatorial y en consecuencia la CUP ha llamado a oponerse con una paella insumisa.  

Se ha suspendido la autonomía catalana y en un acto de perfidia sin igual por parte del Estado, el resto de comunidades siguen ahí tan vigentes y campantes con todas sus competencias inmaculadas; sin efecto recentralizador ni nada en el conjunto, un escándalo. Sinceramente no creo que la catalanofobia fuera una cosa común en España años atrás (siempre hubo un reducto gritón que sí lo es, habría que estar ciego para negarlo, pero minoritario al fin y al cabo), pero ya no puede decirse lo mismo, o no al menos con esa palabra. Corre, por los bares y los murmullos de las conversaciones, algo que no es tanto fobia como un hartazgo que ya es inconmovible. A ver qué hacemos con eso en los días que quedan por venir, con todo su afán de facturas, cortinas por lavar y charlas de lo poco que llueve en los ascensores. A ver cómo bregamos con tantos días históricos tirados por el suelo como caídos de un almanaque indiferente mientras el drama de verdad, el del paro y la precariedad laboral, ha estado tanto tiempo aparcado por quienes nunca tendrían que haberlo dejado de lado, para mañana, ese día tan cabrón que siempre se nos escapa.