Pánico a las rejas y derecho de un ser superior

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

YVES HERMAN | Reuters

02 nov 2017 . Actualizado a las 08:51 h.

Don Carles Puigdemont tiene, sin duda, pánico a la cárcel, lo cual lo humaniza mucho. A mí me ocurriría lo mismo. En su caso, debe de ser patético pasar de los terciopelos de la alcaldía de Gerona, los oropeles de la presidencia de la Generalitat, la comodidad del coche oficial, el liderazgo exagerado y otras formas de gloria terrenal a ver por delante un horizonte de treinta años entre rejas. Por eso es tan comprensible su escapada, su intento de buscar asilo y a partir de ahora sus recursos contra una posible extradición. Si la prisión no impusiera miedo, incluso terror, no tendría sentido. Alguien dijo que la primera obligación de un preso es escaparse. Y este escribidor añade que, si hay que huir, es mejor hacerlo antes de que te detengan.

Pero creo que en Puigdemont hay más que miedo: hay algo de superioridad que lo lleva a no someterse a las normas que rigen para el resto de los mortales. Varios autores han escrito sobre ese complejo de los nacionalismos excluyentes. Uno de los más conocidos, George Orwell, dejó escrito que los nacionalistas se sienten y sienten su territorio y a sus compatriotas por encima del bien y del mal. Son como seres superiores con una patria superior, una cultura superior y una historia superior a todas las regiones que los rodean. Por eso cualquier aplicación de la norma general les parece un agravio a su dignidad. Y por eso quieren separarse del resto y promocionan una identidad diferenciada. La igualdad es una humillación.

Si eso es así en términos generales, lo es mucho más en el caso del jefe: el jefe nacionalista es el ser superior por antonomasia. No solo es el caudillo que conduce a su pueblo a la tierra prometida, sino el todopoderoso artífice de la liberación, dotado de atribuciones casi supremas ante las que tienen que rendirse pueblos, Estados y comunidades internacionales. De ahí que desprecie toda legalidad que no sea la propia. De ahí que fabrique una legalidad propia. Y de ahí que el rechazo o la inconstitucionalidad de esas leyes que él concibió le parezcan un oprobio, una opresión, una actitud propia de una dictadura. A base de pensarlo, se lo termina creyendo y se convierte para él en un dogma religioso que predica por doquiera que va.

Y hoy, después de conocer su propósito de no acudir a la Audiencia Nacional y de saber que su abogado pide que le dejen declarar desde Bélgica, el señor Puigdemont muestra su auténtica dimensión de nacionalista. No puede alegar ningún motivo para no comparecer: no está en misión oficial, ni padece ninguna enfermedad, ni está imposibilitado. Es que se cree con derecho a que la Justicia acceda a sus deseos y se incline ante él. Es uno de los privilegios de un ser superior.