Es la historia de cualquier fin de semana en cualquier lugar. Demasiadas copas en la barra de cualquier bar. Se han reído, han bailado, se han besado. Podría. Sí. Podría pasar. Pero ella se marea, y ese chico cualquiera se ofrece a acompañarla a casa, a llevarla al coche. A sentarse con ella a tomar el aire en cualquier portal. Y cuando ella cae inconsciente porque esa copa cualquiera para ella era una copa de más, él decide que el podría de hace un rato es un puede. Y que claro que va a pasar. Y eso tiene nombre. Y se llama agresión sexual. Pasaba en una casa llena de cámaras una noche cualquiera con una copa de más. Pero no habrá consecuencias. Porque ella ha decidido no denunciar. Y mientras, a solo cuatro canales de distancia, en la televisión pública y en prime time, han invitado a un columnista que habla de la tensión de la carne de niñas de 17 años a debatir sobre el acoso sexual. A alguien que sin rubor alguno dice, mirando al piloto rojo que bueno, que lo del acoso es subjetivo, que tampoco hay que ofenderse porque a una la toqueteen en el trabajo y le manden mensajes para quedar. Que tacha de fascista una ley creada para frenar la sangría. Para que nos dejen de matar. En apenas minutos de emisión son capaces de echar por tierra años de trabajo por la igualdad. Y pregunta la pantalla en horario de máxima audiencia que ¿Cómo lo ves? Pues bastante negro, la verdad.