Nacida para morir

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

16 nov 2017 . Actualizado a las 08:29 h.

La escena quizá no haya sido real, pero sí verosímil, y se puede contar así: hubo un día en que Rajoy pensó en aplicar el artículo 155, pero no quería atravesar solo un camino tan lleno de bandoleros. Así que se puso a buscar compañía, llamó a Pedro Sánchez, se lo contó, y Pedro aprovechó para sacar tajada. Más o menos de esta feriante manera: «Yo te acompaño si tú me apoyas en la Comisión de reforma de las Autonomías que vengo proponiendo». «Cuenta conmigo», le dijo el presidente. «Pero el objetivo final es cambiar la Constitución», aprovechó el socialista. Y Rajoy: «Ningún problema». Y Pedro: «¿De verdad aceptas hablar de la reforma de la Constitución?» Y otra vez Rajoy: «Lo que haga falta, Pedro». Los titulares periodísticos oscilaron entre la incredulidad y la sorpresa: «Rajoy acepta ahora hablar de reforma constitucional». Y ayer fue el día en que la famosa Comisión se constituyó y al terminar la solemnidad un portavoz del PP dijo ante los micrófonos ahítos de ansiedad que el PP no está en ese grupo «para cambiar la Constitución». Retocar, sí; modernizar, también, pero ni un paso más allá. O Rajoy se había expresado mal, o se le entendió todavía peor, o Sánchez escuchó lo que le convenía escuchar. Suele ocurrir en la política y en la vida real. Lo cierto es que con la nueva posición del PP, el gran invento de Sánchez se descafeinó de golpe o se ablandó como una galleta mojada en la leche. Ahora falta por saber cómo se desarrollan los trabajos y surgen tres preguntas inevitables. ¿Qué es exactamente lo que se quiere reformar? La gente, según los barómetros del CIS, está contenta con el modelo actual. De todas las posibilidades que se ofrecen (nación sin autonomías, autodeterminación o Virgencita que me quede como estoy), la mayoría quiere La Virgencita. ¿Para qué se quiere reformar? Si atendemos a lo dicho por el PSOE en todos los foros, para llevar a España a un modelo federal, en la creencia de que satisfaría a los nacionalistas catalanes. Y además, es dudoso que esa Comisión sea el ámbito para la reforma constitucional. ¿Y con quién se quiere reformar? En teoría con todos, pero ya falló Podemos y los catalanes no están por la labor.

Así las cosas, Comisión, lo que se dice Comisión, tenemos. Pero nada más que el nombre. Si el PP solo se presta a retoques, si Podemos se llama a andana y los nacionalistas le dicen «vade retro Satán», la iniciativa es bella, pero inútil. Desde luego, no servirá para resolver el conflicto catalán. Y, si no resuelve o alivia el lío catalán, casi es mejor estarse quieto. Se agradece y elogia el esfuerzo de Sánchez, pero ya produce nostalgia antes de fructificar. Otra magnífica idea nacida para morir. Y quizá de inanición.