Querida Bélgica,

OPINIÓN

18 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Te escribo estas líneas para darte las gracias porque me has abierto los ojos. No creí a Puigdemont y a su banda cuando repetían incansablemente que la Justicia española era (es), como el Gobierno, una máquina represora de los derechos humanos, y por haberme mostrado el lugar donde se halla Franco, porque la cuestión no era si había muerto o no, la cuestión era que no buscábamos en el lugar adecuado: íbamos al Pardo y no estaba; íbamos al Valle de los Caídos y una lápida faraónica nos impedía verlo; estaba (está), vivo y coleando, en la Moncloa.

Me has alumbrado, Bélgica querida, una España que me tenía engañado, quizá porque carecía de la perspectiva que tú tienes, la del distanciamiento geográfico, y tú has rasgado el velo que me envolvía. Tenemos unos fiscales y jueces crueles y unas cárceles que se codean con las turcas de la película de Alan Parker «El expreso de medianoche». Las celdas son diminutas; los presos solo tienen una hora, la del patio, para que el sol impida que se vuelvan locos al cabo de unos días; los servicios médicos son equiparables a los de Corea del Norte; la alimentación es más propia de Etiopía que de El Salvador. Te conmino a que solicites una reunión urgente de la UE para que nos expulsen.

No estamos a la altura. Por eso no extraditaste a etarras que solo habían matado por defender a la patria vasca del yugo imperial español, como se manifiesta ahora con la Cataluña del 155, de los cinco exiliados en tu seno (no nos los entregues, por favor, que serán violados y sus genitales quemados con cigarrillos) y de los presos políticos (ya quisiéramos contar con una democracia como la rusa; ah, cuando celebréis elecciones, libera el sistema informático de toda protección, que es falso que Putin sea un ciberterrorista).

No vengas de vacaciones a este país antidemocrático e inseguro. Mejor remójate en el Mediterráneo catalán, o en el egipcio, o en el tunecino, donde tendrás garantizada la seguridad y la pureza de la raza, que tú, alta, rubia, de piel clara, tanto valoras. No poses tus impolutos pies donde insultamos a los pasajeros si usan el catalán en los aviones, echándolos luego a patadas, no en pleno vuelo, que ya lo hicieron los argentinos y no fue decoroso.

Estamos tan atrasados, somos tan ceporros y cerriles, que estamos incapacitados para hablar los universales idiomas catalán, neerlandés, vasco, asturiano, y hasta en la más antigua lengua que la Prehistoria nos ha legado, el lenguaje de chasquidos de los san, que estoy convencido de que tú manejas con fluidez por si te encuentras en la cabina alada con uno de los escasos 90.000 bosquimanos que aún hemos dejado con vida. Fíjate a que extremos llegamos, Bélgica, que no permitimos que se hable catalán en los centros de enseñanza de tan regio y republicano país, razón de sobra suficiente para que sus profesores hagan hincapié a los alumnos en el hecho científico de que somos satánicos, igualitos a los fundamentalistas islámicos de Salman Rushdie.

Desde ayer, y para que veas lo rufianes y traperos que nos hemos vuelto, le adjudicamos a la próxima presidente del Govern, Marta Rovira, calificativos tales como asquerosa y puta, y solo por atreverse a decir la verdad, que llegamos a amenazar a los pacíficos patriotas con desplegar el Ejército y cargarnos a balazos a los civiles en las manifestaciones, porque los porrazos del 1-O fueron solo un aperitivo (las imágenes de acoso a la policía represora en los hoteles, un montaje; los carteles señalando a los no patriotas y los exabruptos de perros y traidores, mentiras cochinas de la propaganda del Movimiento Nacional). Pobrecita Martita, que va camino de ser «honorable».

Prepárate, Bélgica adorada, para acoger a los próximos exiliados, empezando por los baleares, a los que seguirán los valencianos y los asturianos, que volaremos exigiendo a las azafatas chinas que nos hablen en bable, que es nuestro derecho sacrosanto.

Tú, Bélgica, estás en el hígado de la Europa más rica en carbohidratos y grasas, y la más decente que la Historia jamás contempló. Alojas a tus presos en hoteles de cinco estrellas. No tenéis mendigos. Las clases bajas y la desigualdad social son cosas del Precámbrico. Careces de alcohólicos, de drogadictos, de rameras, de maleantes. Eres feliz. El Paraíso. No es verdad que vuestros diamantes estén manchados de sangre. Los mineros africanos que los extrajeron cobran 5.000 euros al mes y conducen Ferraris. Lo del Congo del siglo XIX (maldito seas, Conrad, por escribir esa bazofia que titulaste ‘El corazón de las tinieblas’), una patraña. Lo mismo que vuestro no pequeño colaboracionismo con Hitler, que, en todo caso, si algo hubo, fue para sobrevivir a la ocupación. En Flandes no tenéis neonazis, ni ultranacionalistas de tierra e idioma.

Sinceramente, gracias, porque me has colocado en el Tercer Mundo, donde me corresponde. Me ha dolido, pero a la verdad no hay que darle la espalda. Ya me he repuesto. Solo lamento que mi madre no me haya parido en vuestro Jardín del Edén.

Y termino con un último ruego. No apagues nunca la luz de faro de la sociedad sin clases, limpia de cuerpo y alma, que tú eres ángel celestial, demiurgo de la ética, dios terrenal. Gracias, gracias. Retomaré mis estudios de francés y comenzaré los de neerlandés, y lo que haga falta. Bendito seas, Bélgica alien. Recibe mi humilde abrazo y perdona mis pecados, por favor, que no sabía lo que hacía porque no sabía quién era.