Los crímenes de los führers

OPINIÓN

21 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Del Brexit, la Agencia Europea del Medicamento (AEM) no podía ir al Catalexit. Hubiera sido una incongruencia. Barcelona era la candidata número uno para acoger a cuatro mil personas (cerca de mil empleados y sus familias) con poder adquisitivo; Barcelona iba a reunir a más de 40.000 expertos al año; Barcelona, y con ella Cataluña (y España) se iba a convertir en la potencia indiscutible de la farmacología europea. Iba a ser todo eso, pero los führers nacionalistas se lo cargaron.

La perversión de los radicales, para que sea justamente perversión, ha de anteponer sus propósitos fundamentalistas al bien común. Es decir, que las personas tengan trabajo, que cobren salarios que les permitan ser ciudadanos, que las desigualdades no se incrementen, que dispongan de un conjunto de servicios que les amparen; pero el nacional-bastardismo lamina cualquier atisbo de bienestar para la muchedumbre, que es muchedumbre porque los nazis (en coalición inédita con los estalinistas: la CUP y satélites) la crean con eslóganes tan simples que uno ha de preguntarse qué queda de la conciencia social, qué queda del más mínimo rastro de cultura humanística. Nada. Vacío. Y cerebros anegados de inmundicias. Tanto la destrucción de la ética de las personas, que implica su ayuntamiento en manadas, como quitarles el pan y el agua, son, sin lugar a duda, crímenes.

Pero estos crímenes se vuelven todavía más repugnantes cuando Ada Colau, Carlos Puigdemont y otros conspicuos terroristas culpan al Estado de que la AEM se haya ido a Amsterdam. Ada Colau se movió durante las primeras semanas del golpe de Estado como el gato de Schrödinger, que no estaba ni vivo ni muerto, conforme a las leyes de física cuántica. Ahora ya sabemos quién es la alcaldesa de Barcelona, que rompió con los socialistas y se alió con los anti AEM. Félix de Azúa, catedrático catalán, que adelantó la jubilación harto del fascismo y para que su hija pudiera ser educada en libertad en Madrid, dijo de Colau que era la Pescadera del consistorio barcelonés. No está mal. Yo le pondría el sobrenombre de la Ramera de ese consistorio, porque vende todo su ser al mejor postor. De Puigdemont, qué decir que no resulte brutalmente asqueroso.

Pese a ser palpable el mal absoluto que portan los führers, entristece más que sus seguidores les arropen con intensidad proporcional a la escalada de sus aberraciones. Aunque esto no es nuevo. Léase la historia de Alemania entre 1933 y 1945. Véase la deriva absolutista de buena parte de la Europa actual, en la que Cataluña sí es la sede número uno. Nos tocó el gordo de la Lotería de la Mugre.