Carisma

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Globe Photos | DPA

26 nov 2017 . Actualizado a las 08:01 h.

Hasta que Charles Manson rajó la tripa embarazada de Sharon Tate, los sesenta transcurrían entre flores. Fue aquella espeluznante carnicería la que despejó las espinas de una época a la que estos días volvemos gracias a la muerte de Manson. En una fotografía en blanco y negro del juicio, un grupo de chicas hermosas pasean por un pasillo con el rictus juguetón y aplastante de la juventud total. Resulta increíble que fuesen ellas las escoltas de Manson, que decenas de muchachas como aquellas lo acompañaran en su delirio narcótico. Dicen que su magnetismo fue el culpable, una perturbadora capacidad para manipular, una virtud infalible para doblegar la voluntad de quienes lo seguían a ciegas por enajenado que fuera el destino, que lo era. Cuando en España ganó Felipe, se puso de moda el carisma. El socialista lo exudaba a chorros. Una rueda de prensa suya era hipnótica aunque la explicación versara sobre el canon eléctrico. Atrapaba hasta su manera de toquetear las gafas de présbita. Lo mismo le pasaba a Suárez, cuyo encanto perfumó la transición a pesar de que el hombre había brotado de las tripas del Régimen. Se ha valorado poco la sonrisa de celuloide de Adolfo, sus hechuras de protagonista y ese tupé al que tantos se agarraron tras el funesto Franco ha muerto de Arias. Luego ganó Aznar, en quien el carisma rebotaba con la evidencia de una explosión atómica. Aún hoy rechina ese tono de voz y esa risita extraña que crea una corriente negativa automática y que lo convierte en un líder improbable, aunque su éxito en las urnas lo desmienta. En cuanto a Rajoy, ejerce una especie de carisma inverso. Lo sustenta en permanecer imperturbable aunque se muestre ridículo, cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor.

Ojo a este don y a cómo se ejerce. Dice mucho de una época.