Por qué Puigdemont admira tanto a Rajoy

OPINIÓN

Andreu Dalmau | EFE

27 nov 2017 . Actualizado a las 07:25 h.

En un arranque de sinceridad, el Sr. Puigdemont acaba de reconocer que el gran objetivo de su candidatura es batir a Rajoy. Y eso, que parece un error -porque no tiene sentido que el que aspira a gobernar centre sus esfuerzos en derrotar al farolillo rojo-, es el dato clave para entender la batalla de Cataluña. Aunque los visibles enemigos de Junts per Catalunya (JxC) son Arrimadas e Iceta, el fugado Puigdemont sabe que el procés y el nou Estat se estrellaron solo contra Rajoy; y que, si cualquiera de los otros líderes ocupase la Moncloa, estaríamos hoy en el caos absoluto.

Cuatro de los cinco años de procés estuvieron dominados por la equidistancia y el postureo desplegados por la mayoría de los partidos, influencers, tertulianos, intelectuales y constitucionalistas que se abrazaron como lapas a la matraca de que Rajoy no hacía política, que había que negociar un nuevo encaje de Cataluña, que el PP era el gran fabricante de los honrados independentistas que petaban la Diagonal, y que había llegado la hora de despanzurrar la Constitución de 1978 para hacer un churro gigantesco que pudiesen votar catalanes y Podemos. Y tan yuppie y posverdadera resultó esta patraña, que buena parte de la opinión pública la tomó por una compleja genialidad alternativa al legalismo y a las simplezas nacional-católicas de Rajoy.

Incluso Puigdemont y sus mil asesores llegaron a creer que la independencia estaba chupada, hasta que apareció el político simplón y dijo: España es un solo e indivisible país; la Constitución avala mi tesis y me da poder para defenderla; si el independentismo cruza la línea roja se encontrará con el Estado; y ese día, cuando el ángel de la legalidad eche mano a su espada de rayos catódicos -que recuerda mucho a la de los Reyes Católicos-, el castillo de naipes pasará a mejor vida. Este discurso -que se parecía mucho al que hacían camareros, dependientas, pastores y jubilados- todavía causaba risa y desprecio -¡pobre Rajoy!- a principios del verano.

Pero llegaron el día D y la hora H, y aquel martillo pilón, que nunca hacía política, puso cuatro cosas y tres números (1-5-5) en el BOE. ¿Y qué pasó? Que todos los yuppies cambiaron su discurso por la jaculatoria «yo ya lo había dicho», seguida del corolario «era evidente que se trataba de una masa abducida por cuatro aventureros que merecen la cárcel».

Y ese es el motivo por el que Rajoy se convirtió -Puigdemont dixit- en el único enemigo de los «indepes», en trituradora de equidistantes, y en el único baluarte que le quedó al Estado en tiempo de zozobra. Los españoles, que tantas bobadas e injusticias dijimos sobre Adolfo Suárez, sabemos que el éxito político y el reconocimiento histórico no siempre van de la mano. Y por eso empezamos a intuir que la historia de Rajoy va a ser mucho más brillante y dulce que la dura soledad que acaba de atravesar.