La reforma constitucional: dos enredos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Paco Rodríguez

29 nov 2017 . Actualizado a las 08:10 h.

Entre las acepciones que recoge el Diccionario del término enredar hay dos que, hablando de reformar la Constitución, vienen hoy pintiparadas. La primera es la más usada en el lenguaje cotidiano: «Entretener, hacer perder el tiempo». La segunda, menos habitual, resulta aquí, contra lo que pudiera parecer, también muy procedente: «Tender las redes o armarlas para cazar». Veamos.

Modificar la Constitución por el mero prurito de aggiornarla sería una pérdida de tiempo. Como lo sería impulsar el cambio con el objetivo de sumar al texto constitucional a quienes no pudieron votarlo en 1978. Pues, aparte de que cabría que aconteciera lo contrario (que la reforma no aumente, sino que disminuya, el apoyo a la ley fundamental), lo cierto es que relegitimar la Constitución puede ser el efecto de la reforma pero nunca debe ser su causa.

No: las constituciones se cambian para solucionar problemas que de otro modo no es posible resolver o, al menos, mejorar. Y de esos en España solo hay uno -el territorial- que, son dos, por desgracia, en realidad: mejorar el funcionamiento del Estado autonómico; y satisfacer las reivindicaciones de los nacionalistas. Tal duplicidad resultaría irrelevante de no ser porque la eventual solución de uno y de otro exige medidas contradictorias en la mayoría de los casos. Por eso, abrir la reforma podría llevarnos a hacer un pan como unas tortas. Tal es la razón por la que las propuestas de reforma territorial que conocemos se mueven en el terreno de la extrema vaguedad: lo más que se dice en ese documento previo es que hay que federalizar nuestro Estado, lo que no supone un gran avance si se tiene en cuenta que «España es federal en todo, menos en el nombre», según afirmó hace años uno de los mejores federólogos del mundo, Ronald Watts, en su libro Sistemas federales comparados.

¿Por qué razón, siendo esto así, insiste tanto en la reforma Pedro Sánchez, quien ayer mismo urgió a Rajoy de forma perentoria la reforma de la Constitución? La repuesta es muy sencilla: porque si el sideral desconocimiento de Sánchez sobre la naturaleza de nuestros problemas territoriales lo lleva a enredar («entretener, hacer perder el tiempo») su auténtico objetivo es enredar («tender las redes o armarlas para cazar»).

Sánchez no propone la reforma como una gran operación de Estado para alcanzar un amplio acuerdo, lo que exigiría sacar el tema del cambio constitucional de la gresca constante en que se ha convertido la política española. Sánchez la plantea como una red para tratar de atrapar al adversario con el que vive obsesionado (Mariano Rajoy) del que espera que se niegue a hacer un adefesio de reforma (lo único que podría salir con los mimbres disponibles) para luego acusarlo de inmovilismo, de no querer resolver el problema catalán, de ser el principal creador de nacionalistas y otras lindezas del estilo. Porque a Sánchez -que nadie se equivoque- la reforma constitucional le importa un pito. Él va a lo suyo: por eso se centra en enredar… y en enredar.