Lucha abierta contra las noticias falsas

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

Dado Ruvic | Reuters

04 dic 2017 . Actualizado a las 07:32 h.

Ayer nos sorprendieron los periódicos con una enorme inserción en la que se explicaba cómo identificar las falsas noticias. La preocupación por este problema figura ya en las agendas de las democracias avanzadas y de las organizaciones internacionales, que, convencidas de que los ciudadanos somos unos inocentones, nos quieren rescatar de nuestra propia estupidez. Pero yo me temo que este movimiento global contra la información falsa, tal como se nos plantea, puede ser un narcótico para la conciencia y la inteligencia democrática de los ciudadanos.

El problema, además de antiguo -porque los alemanes «tampoco se enteraron» de que sus gobernantes gaseaban judíos y disidentes hasta que perdieron la guerra-, no consiste en que un gran hermano corrupto nos dé gato por liebre, sino en la enorme disponibilidad que mostramos los ciudadanos para hacernos trampas en los solitarios, para externalizar nuestra conciencia en imaginarios profesionales de la mentira, y para usar la amenaza de los extremos -el «cuanto peor mejor»- como una calculada forma de defender, por el atajo, nuestros intereses verdaderos.

Aunque ningún francés cree que el futuro de Francia pasa por Marine Le Pen, millones de votantes, que presumen de laicos y republicanos con pedigrí, usan su voto para arrancar a sus gobiernos cesiones y desvíos inconvenientes. Ningún catalán cree que España le robó. O que su matizada idiosincrasia los aleja de Madrid para conectarlos con Copenhague. Pero cientos de miles jugaron a ello con la esperanza de financiarse a la vasca o para romper por cualquier medio la solidaridad social y territorial que impone la Constitución. Ningún andaluz cree que el futuro de su comunidad autónoma está en la subvención y la renta básica, aunque hay millones de votantes dispuestos a usar estas palancas para acortar tiempo y esfuerzo en su progreso real. Y así sucede en todas partes, con un horizonte de trolas astutamente manejadas para apoyar fines impresentables, o para progresar en su bienestar sin arrimar el hombro y sin disciplina política y económica.

La televisión basura existe porque la gente la consume. El botellón se impone porque los chicos creen que divierte mucho más bebiendo que mediante la lectura o los conciertos del auditorio. Los populismos se implantan porque sus votantes quieren usarlos como kamikazes contra los poderes tradicionales. Y las mentiras proliferan -en la red, los púlpitos, las universidades y las familias- porque la gente las usa de forma compulsiva para hacer fácilmente los caminos más difíciles.

Por eso creo que el problema de hoy no se puede expresar en términos negativos, como si todo fuesen engaños, sino por causa de una inmoral y expansiva estupidez que, bajo el señuelo de la modernidad y la libertad, puede hacer inviable un modelo democrático para el que nadie tiene alternativas.