La Constitución: ¡Tan igual! ¡Tan diferente!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

10 dic 2017 . Actualizado a las 09:37 h.

No hay duda: nuestra Constitución se ha reformado de forma excepcional. Solo en 1992, para que pudieran ser candidatos en elecciones locales los ciudadanos de la UE; y en 2011, para introducir el principio de estabilidad presupuestaria. No es mucho en cuatro décadas. Y quienes lo resaltan proclaman una verdad como una casa.

Ocurre, sin embargo, que tal verdad puede encubrir un engaño o un simple error nacido del desconocimiento: que nuestra Constitución, esqueleto sin músculo cuando en 1978 fue aprobada, ha experimentado un montón de cambios (que no de reformas) como consecuencia de la labor interpretativa llevada a cabo por el legislador. De hecho, no hay que ser un especialista para saber que las Constituciones, cuya vocación de permanencia temporal está en su código genético, se adaptan a la realidad mucho más por medio de su interpretación que a través de su reforma.

Así ha sucedido con todas las que existen en el mundo y así también con la nuestra, en mayor grado, por una razón fácil de explicar: porque el precio del consenso fue dejar sin resolver en la Constitución muchas cuestiones que el legislador hubo de cerrar posteriormente, completando así la labor realizada por los constituyentes para que su texto fuera de la inmensa mayoría.

Aunque esos cambios materiales de la Constitución por la vía de la interpretación son numerosos, algunos ejemplos servirán para que me entienda todo el mundo: la despenalización del aborto en determinados supuestos, el matrimonio de personas del mismo sexo, la despolitización del Ejército, la abolición total de la pena de muerte, la posibilidad de disolver partidos políticos que promocionen o amparen la violencia, la supresión del servicio militar obligatorio o la creación de un régimen fiscal digno de tal nombre han cambiado, o completado, la Constitución tal y como se aprobó en 1978 sin tocar ni una sola coma de su texto. Nada de lo aludido existía antes de desarrollarse la Constitución y todo ello existe hoy, lo que ha dado lugar a que la España de 2017 se parezca poco o nada a la nacida con el texto de 1978 en muchísimos aspectos.

Sin embargo, de todos los ejemplos posibles de ese cambio sin reforma el más impresionante es el de nuestro modelo de organización territorial, que la Constitución no definió, porque en eso consistió el consenso justamente, y que es, hoy, claramente federal. ¡Casi nada! No quiero decir con todo lo apuntado que nuestra Constitución no pueda ser reformada si existiera acuerdo para hacerlo y claridad sobre las mejoras que en ella cabría introducir.

Deseo sencillamente subrayar algo que me parece hoy fundamental para centrar un debate -el de la reforma de la ley fundamental- convertido en el reino de la más absoluta confusión y demagogia: que el que nuestra Constitución no se haya reformado casi nunca no ha impedido, por decirlo con una célebre expresión, que el vigente orden constitucional, comparado el de 1978, «no lo conozca ni la madre que lo parió».