No perdamos de vista la crisis de España

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

José Manuel Vidal | Efe

14 dic 2017 . Actualizado a las 08:41 h.

Si todos -partidos y sindicatos, medios de comunicación y oenegés, abaixofirmantes y justicieros- aprovechásemos el caso de los ERE para hacerle al PSOE un juicio general, o para aumentar la indignación, el pesimismo y el desprecio por nuestra democracia, se generarían a la vez una gran oportunidad y una colosal dificultad. La oportunidad sería darle coherencia ética y política a la hoguera expiatoria que ilumina nuestra venganza, en la que, en vez de arder solo al PP, podríamos acrisolar a todos los corruptos.

Pero el problema sería la prolongación sine die de la parálisis en la que hemos metido nuestro sistema de representación, legislación y control, que salió de la crisis con una enorme capacidad para debilitar al Gobierno, pero con nula disposición para legislar en positivo, rediseñar el país, o generar una alternativa. Claro que el PSOE va a salir casi indemne de esta prueba. Porque nuestro modelo de transparencia y limpieza -desequilibrado y sectario- solo exige chamuscar el poder político y el éxito económico -que son los ídolos envidiados de esta decadente sociedad-, sin que apenas tengamos nada que decir sobre la transparencia de las numerosas alternativas que llenan nuestros parlamentos, ni sobre los que, por haber fracasado en sus intentos de hacerse ricos, se suman sin inmutarse a las demandas de los desfavorecidos y a la benevolencia que los protege. Por eso estoy de acuerdo en dejar que los jueces trabajen tranquilos, y acaben prontiño, para evitar que este nuevo foco de escándalo nos haga perderle la cara a los problemas de hoy. Porque la crisis de España es mucho mayor de lo que nos permite ver la obsesiva presencia del debate catalán y de la corrupción que explotó con la burbuja inmobiliaria, que, lejos de ser las causas de nuestra tribulación, parecen ser sus lamentables excrecencias.

La crisis española es -como diría un marxista- una superestructura emocional y volitiva que, sin importarle que el relato de nuestras desgracias se contradiga con los indicadores económicos, con la apreciación subjetiva del bienestar, y con la visión directa y del mundo en que vivimos, tiene paralizada la acción del Gobierno, impide los acuerdos básicos que podrían darle sentido y continuidad a los éxitos económicas, e introduce tal pesimismo sobre nuestro ser y expectativas que solo estamos trabajando para alimentar riesgos, indignación, y complejos. Esta crisis -tan abstracta- complica las múltiples y pequeñas crisis que, además de suplantar los grandes problemas, hacen que nuestra agenda pública esté llena de anécdotas, mientras las categorías más dañinas andan sueltas por todo el territorio nacional. Por eso pienso que el gran problema que va a aflorar el día 22 no es que Cataluña sea ingobernable, sino que vamos a seguir olvidando que toda España está perdiendo a mans cheas su tiempo y su esperanza.