Hastíos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer I Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

18 dic 2017 . Actualizado a las 08:05 h.

Como una especie de banda de Möebius sin fin en la que caminas para salir de un lado y te metes en el otro, la actualidad oscila entre dos tediosos relatos únicos que nos llevan asediando todo el año: el vodevil catalán y la crónica de sucesos. Un año calderoniano merecedor del «Ay mísero de mí!, Ay infelice!... ¿Qué pecado cometí contra vosotros naciendo para sufrir este hastío?».

Uno que es hijo de la transición y tuvo -ahora es cuando lo aprecio de verdad- la suerte de asistir a sesiones parlamentarias de una esgrima verbal apasionante e irrepetible. Los protagonistas eran políticos de pedigrí, excelentemente preparados y de una corrección ejemplar. Las sesiones plenarias del Congreso eran seguidas y entretenidas como una final de la Champions. Se discutía y se dialogaba -qué verbo tan manoseado en vano-, confrontando ideas y templando gaitas con una elegancia casi romántica. Los políticos se temían tanto como se respetaban, clave para poder presenciar un buen combate y no una refriega pandillera.

No es solo el aburrimiento tenaz de las formas redundantes y previsibles, es también la impotencia de no poder adjuntar con el voto una colleja con un «¡hala!, a dejar de pelearse, daos la manita y a trabajar».

Hay momentos políticos que son así de agobiantes y cansinos, la transición también lo fue, pero los actores eran más respetados y respetuosos apelando a la razón de sus ideas y no a la emoción de sus mitologías domésticas.

Me contaban unos amigos que existe en asturiano un término que no tiene traducción, pero que, en lo tocante al momento, viene al pelo, porque lo que viene a aconsejar a los políticos es : «paso de buey, ojos de lince, diente de lobo y... hacerse el bobo». Un excelente consejo que la mayoría equivoca andando con paso de liebre, ojos de besugo, diente retorcido y... hacerse el listo.

A estos políticos de la posverdad, el agudo Beaumarchais los retrataba finamente en un pasaje de Las bodas de Fígaro: «Fingir que se ignora lo que se sabe y fingir saber lo que se ignora; fingir que se entiende lo que no se comprende y no oír lo que se escucha; fingir que se puede más de lo que alcanzan las fuerzas; ocultar como un gran secreto lo que no importa esconder; parecer profundo cuando se es vacío; rodearse de espías y pagar traidores; procurar ennoblecer la pobreza de las formas con la importancia de los fines: he ahí lo que es la política». Como en la mili o la cárcel, solo queda tachar los días que restan para poner fin al asedio y -como Quevedo- mirar con nostalgia los muros de la patria mía.