Un futuro deseable del agro astur y de su naturaleza ganadera

OPINIÓN

21 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El campo asturiano tiene que ser una apuesta global de toda la sociedad asturiana. Todos tenemos que tomar conciencia de su importancia y tener una fe fundada en nuestras posibilidades. Cualquier sociedad que se precie y tenga esa posibilidad debe basar su economía en el sector productivo y, en particular, en la producción de alimentos, para después desarrollar los otros sectores con el mayor fundamento posible. La soberanía alimentaria es un derecho de la población, una estrategia política inteligente y un motor económico clave; y un seguro en tiempos de crisis. Hay que apostar por el sector productivo rural de forma rotunda e inequívoca.

Debemos tener identidad e ideas propias. No queremos que nuestros representantes se limiten a repartir fondos europeos y a implantar estrategias ideadas en Bruselas. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra tierra? ¿Qué queremos hacer? ¿Qué hacemos bien? ¿Qué podemos mejorar? ¿Qué podemos incorporar? Los asturianos decidiremos, velando ante los gobiernos estatal y europeo por nuestros intereses, y después adaptaremos las circunstancias exógenas a nuestra realidad. Pero somos los ciudadanos de a pie los que tenemos que merecerlo, los que tenemos que comenzar a moldear esta renovada identidad.

Pinceladas generales a una visión del desarrollo rural asturiano

El desarrollo rural tiene que basarse siempre en el aspecto productivo agropecuario. La producción de alimentos debe ir acompañada por un buen plan territorial que repercuta en favor del bienestar de las aldeas y del desarrollo de pequeñas industrias «blandas» de transformación (alimentos, madera, biomasa…). En Asturias no existe ni siquiera un plan forestal en marcha. Sí existe una normativa extremadamente axfisiante que dificulta el desarrollo de cualquier iniciativa que fomente la diversificación y la autogestión. Además, conviene introducir otras alternativas no agropecuarias, siempre secundarias, como el eco-agro-turismo, las ciber-profesiones, la generación local de energía, etc. Nos centraremos en el aspecto agrario de la producción.

Hay que creer en Asturias. Tenemos muchísima potencia agraria. Pero necesitamos un plan consensuado de largo recorrido, un plan productivo propio como decíamos atrás. Tenemos localizados y tipificados algunas explotaciones agrarias (granjas y cultivos) cuyos modelos poseen una elevada rentabilidad y serían de aplicación muy amplia en Asturias. Ese plan debe basarse en y apostar por:

1. Confianza en el sector, en sus posibilidades y sus gentes, que deben recuperar capacidad de autogestión.

2. La sostenibilidad de los modelos agropecuarios a apoyar y desarrollar,

3. La recuperación de lo mejor de la gestión tradicional: la pradera, el monte y la ganadería extensiva, las razas autóctonas, la multifuncionalidad y diversificación de las granjas (hoy llamadas feamente «explotaciones»), la producción natural basada en recursos propios.

4. Incorporar las novedades en manejos y cultivos que estén contrastadas y que no vayan en contra de los principios de sostenibilidad etc. que se defienden en este ideario.

5. Adaptar esos valores a la realidad social con marcas diferenciadoras que pongan en valor nuestras peculiaridades (sellos de calidad, producción ecológica, de razas autóctonas, etc.).

6. Vertebrar las inversiones en el medio rural para que realmente solucionen los problemas locales (dispersión de servicios agrarios, mataderos, salas colectivas de envasado, fomento del cooperativismo real…).

7. Apuesta por la transformación local de pequeña escala de los productos propios, con pequeñas industrias blandas de escaso o nulo impacto ambiental.

8. Racionalización del uso de nuestros recursos, promoviendo un comercio justo, circuitos cortos, consumo de productos locales en los comedores públicos, fomentando los usos ligados al paisaje y a la biodiversidad.

La realidad actual está muy lejos de esta propuesta, aunque desde luego existen algunos avances en elementos coincidentes (sellos de calidad, cierta apuesta por las razas autóctonas, IGPs). En general, se trata de medidas desconexas y no plenamente desarrolladas, o a veces desarrollados en líneas poco eficientes que en ocasiones sirven más como mero control burocrático a los productores que como apoyo a estos .

El «oro verde» de Higinio Blanco

En Asturias disponemos de más de 200.000 Ha de praderas de siega. Según Enrique Francés, del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Cantabria, algunas áreas cantábricas poseen suelos de entre los más fértiles del mundo. Combinado con los climas suaves de las zonas bajas, las posibilidades de la hortofruticultura en Asturias son muy importantes. Una de las condiciones que ha favorecido la conservación del suelo cantábrico es la ausencia o escasez de productos químicos como fertilizantes, según el mencionado autor. Eso nos debe hacer pensar que la calidad y los cultivos y productos ecológicos deberían ser el fundamento de nuestra producción agraria, como concluye D. Enrique para Cantabria. Nuestro oro es verde, decía un gran hombre llamado Higinio Blanco, pionero de la producción ecológica en Asturias, refiriéndose a nuestra pradera. Sin embargo, nos empeñamos, año tras año, en escoger los mejores suelos del Principado para plantar polígonos industriales que no llegan a desarrollarse y urbanizaciones de adosados para turistas. Urge una Ley que proteja a los suelos más productivos desde el punto de vista agrario.

Sobre la producción ecológica

Un sector este de la producción ecológica valioso socialmente, ambientalmente, éticamente y, también, económicamente. Un sector donde Asturias resulta insultantemente competitiva, aventajada entre las aventajadas, con un monte comunal que puede ocupar un tercio de la superficie regional más escabrosa de forma productiva y sostenible, utilizado por una ganadería extensiva que modela ecosistemas silvopastoriles de altísimo valor natural desde hace miles de años, y con una pradera por debajo de los 600 metros de altitud que, como ya se ha dicho, llega a ser uno de los ecosistemas pratenses más ricos y productivos del mundo. La producción de alimentos ecológicos y artesanos es una oportunidad de negocio para Asturias dentro de un mercado creciente que demanda productos de esta naturaleza. Además de por criterios criterios éticos como los mencionados, es la apuesta más práctica; no somos competitivos en modelos agroindustriales (afortunadamente) debido a nuestro relieve y nuestro régimen de propiedad de las tierras. Pero mientras cuento esto, en Asturias disminuyen alarmantemente las ayudas a la producción ecológica después de un falso sueño que parecía indicar que se apostaba seriamente por este sector. Lo mismo ocurrió con la prometedora apuesta por los contratos territoriales, que fomentaban los buenos usos agrícolas, y que súbitamente desaparecieron. La incertidumbre y la poca fiabilidad de las decisiones políticas son dos de los grandes lastres del despegue de nuestro medio rural. Necesitamos, repito, un plan estratégico de largo alcance. Y no digo pagar para que hagan uno (eso creo que se hizo), sino trabajar para darle forma, presupuesto y que se cumpla.

Mayor autosuficiencia y soberanía alimentaria

Hace cincuenta años disponíamos de eso que llaman ahora “soberanía alimentaria”, una producción de alimentos independiente, diversa y autogestionada, que cubría una gran parte de las necesidades alimenticias de los asturianos. Hace cincuenta años el ganado comía prácticamente al cien por cien forrajes locales; hoy se importa cerca de la mitad. En una tierra tan fértil y con una población rural todavía significativa en parte del territorio no podemos permitir que sigan ocurriendo cosas como estas. No podemos seguir comprando el maíz ecológico en Francia, ni las avellanas para la repostería de Tarragona a Turquía cuando las nuestras se quedan en las cunetas. No podemos seguir yendo a León a sacrificar un pitu ecológico para cumplir la normativa, ni tener que invertir un Potosí para que sea legal hacerlo en casa, cuando en Francia se hace sin ningún problema en la trastienda de las caserías desde donde se pueden despachar los productos locales. La nueva propuesta de Ley Asturiana que intenta regularizar la venta directa debería ser un avance en esta dirección, pero faltan algunas medidas complementarias que nos permitan alcanzar la versatilidad gala.

Introducción al monte

Pero si tenemos un terrazgo de enorme potencial, qué decir de la capacidad de nuestros montes. Hace cincuenta años, su productividad en términos agroganaderos era brutal. Se alimentaba una cabaña mayor que la actual sin insumos. Nuestra Asturias, «Paraíso Matorral», como decía un escritor norteamericano afincado en nuestra tierra, se está echando a perder tanto por la enervación del ámbito rural como por incapacidad de las instituciones de detener e invertir este proceso. Es más, la Administración es a veces es el motor del declive, prohibiendo muchos de los usos tradicionales que optimizaban el rendimiento de nuestros montes dentro de un manejo sostenible de enorme valor natural. El intervencionismo institucional se rige con criterios y prejuicios llenos de desconocimiento del medio y de menosprecio a las culturas locales, mucho más sabias en lo que debe ser un manejo sostenible de los espacios silvopastoriles.

Necesitamos que nuestros representantes, consensuando las decisiones con las poblaciones locales, zonifiquen nuestros montes y tengamos por fin un plan que mejore los bosques y los pastizales que los pueden cubrir (hay matorral para todos), y que devuelva la capacidad de autogestión que teníamos en los pueblos (obviamente dentro de un marco normativo renovado). Estas zonas de pastizal deben ser excluidas de su absurda catalogación como superficies «forestales», algo que hace que la normativa que se aplique sobre una braña sea la misma que se aplica en Muniell.os; que la eliminación de cuatro tojos mediante las tradicionales quemas para el control de pastos sean consideradas incendios forestales como si estuviera ardiendo un encinar relíctico en Somiedo, o que el control de la fauna salvaje se considere igual en una maicera que en un bosque primario.

El resultado sería un medio rural dignificado, más cuidado y útil socialmente, económicamente viable y con una diversificación enriquecedora. Unos montes más y mejor poblados de bosques autóctonos y pastizales «limpios» y productivos, recuperados de los procesos antropoecológicos que los hacían agroecosistemas estables y ricos. En definitiva, un bien objetivo para la Humanidad que sólo se ve lastrado por la falta de fe en el campo asturiano, tanto del común de la gente como de nuestros representantes públicos, y por el desconocimiento del funcionamiento de nuestros ecosistemas de montaña de una porción importante de la población, incluyendo parte del ámbito académico, que se ve seducida por una ideología fácil y atractiva que se opone al manejo tradicional del monte de forma sistemática, a nuestras raíces, a nuestra esencia sostenible, pensando que nuestra naturaleza está exenta de primates. Por no hablar de otros intereses espurios en torno a la conversión de la Asturias rural en una especie de monocultivo turístico «de naturaleza», una naturaleza sin mujeres ni hombres ni queso.

La ganadería extensiva más a fondo

Asturias es una tierra ganadera. Echemos un vistazo a lo que queda de su paisaje, al relieve, a la idiosincrasia de sus aldeas y de sus montes y brañas; a sus razas de ganado autóctono, entre las que figuran algunas de las líneas genéticas más antiguas de Europa en determinados animales domésticos. Echemos un vistazo a nuestra cultura, a nuestras canciones. Echemos incluso un vistazo a la economía asturiana actual y comprobaremos cómo, a pesar de todas las adversidades que sufre y en las que entraremos a continuación, la ganadería es un sector importante en términos económicos generales y apabullante en el ámbito agrario.

Nuestro indiscutible carácter ganadero se fundamenta en dos pilares: nuestros orígenes poblacionales, muy dominantemente culturas pastoriles, y la naturaleza geoclimática y orográfica de Asturias. Sus condiciones de clima y suelo son extraordinarias para generar pastos, y su orografía frenó un posible desarrollo de la agricultura tal que menoscabara significativamente al sector ganadero. Los romanos incorporaron una agricultura más diversa que la que hasta entonces acompañaba a la actividad ganadera, pero tuvieron que dejar el grueso del territorio a las viejas costumbres pastoriles por imposibilidad física de sacarle otro provecho. Y así siguió hasta nuestros días. La ganadería extensiva y trasterminante se presenta como la heredera directa de nuestras viejas costumbres seminómadas, y hereda también su función agroecológica en la mayoría de los montes de Asturias, así como su importancia relativa en contraste con otros tipos de producción ganadera, pues el sector lácteo, siendo muy importante, ha ido enervándose por los límites impuestos tras nuestra incorporación a la UE y por su difícil adaptación a los mercados modernos. Muchos ganaderos de leche se están reconvirtiendo al sector cárnico, reforzándolo desde el punto de vista económico, especialmente en áreas de montaña, donde ya no quedan prácticamente productores de este tipo.

La estabilidad y resiliencia de la ganadería de montaña se basa en su arraigo, en su absoluta lógica ecológica, su sostenibilidad y, como decíamos anteriormente, en la ausencia de mejores alternativas productivas en las áreas de montaña. Cerca del 60% de la superficie regional es utilizada por la ganadería extensiva de una u otra forma. Una tercera parte de la superficie regional se sitúa por encima de los 800 m., dos tercios tienen pendientes superiores al 30%, la mitad de la cual es superior al 60%. En 1915, José Ortega y Gasset describía cómo «Asturias... ...nos aparece como una serie de pequeños espacios homogéneos e independientes..., porque cada uno de estos valles es toda Asturias y Asturias es la suma de todos estos valles». Hermosa forma de poner en evidencia tanto nuestra diversidad como nuestra esencia común. Los habitantes de cada valle disponen de dos ambientes muy diferenciados que permiten un uso estacional de los recursos naturales: el valle y el puertu. Estas zonas altas han sido y son especialmente favorables para la ganadería extensiva durante los meses de verano. A diferencia de lo que pueda parecerle a un profano, en Asturias las cumbres no dividen pueblos, sino que fusionan durante el estío a las comunidades de ambas vertientes, hallándose con frecuencia más analogías culturales entre poblaciones de valles distintos que comparten «puertu» que entre aldeas del mismo concejo y muy próximas entre sí cuando «sólo» comparten todo lo demás... Entre la superficie de pastizal y de erial a pastos de nuestros montes Asturias dispone de unas 350.000 Ha, muy adecuadas para la ganadería extensiva.

El lío de los comunales

El aprovechamiento vecinal de los montes, independientemente de su consideración legal, es la forma de propiedad más antigua, y continúa de hecho antiquísimos usos prehistóricos. El profundo arraigo de los montes vecinales y lo importante que resultaron siempre para la supervivencia de las comunidades rurales en Asturias permitieron que resistieran esencialmente a los mayores ataques históricos que sufrió su propiedad: las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz. A partir de entonces, la ausencia de entidad jurídica de las comunidades determinó su municipalización. Era un mero trámite burocrático, pero cada vez más fue surgiendo la tentación centralista. Durante el franquismo, en algunos montes vecinales se prohibieron determinados usos, pero curiosamente son los últimos treinta años los que más han desposeído a los vecinos de sus tradicionales derechos. Los últimos gobiernos del Principado han pretendido y pretenden que nos olvidemos de quiénes son los verdaderos dueños del monte para montarse unos parques temáticos a su imagen y semejanza. Prueba de que existe una estrategia sibilina para apropiarse de nuestros montes es el último catálogo del Principado, donde curiosamente se obvia quién ostenta la titularidad de cada uno de ellos.

Así pues en Asturias disponemos aún de montes con distintos titulares, a los que a veces se les reconoce sólo el derecho de uso, y de una fuerte municipalización. Muchos de los montes comunales concejiles han delegado la gestión al Principado a través de convenios o consorcios. Dos motivos hacen que los funcionarios y autoridades prefieran que la titularidad de los montes sea regional. El primer motivo es herencia de cierto autoritarismo ingenieril tardofranquista, y de su mentalidad centralizadora. Algunas personas realmente creen que en los pueblos no estamos capacitados para gestionar el monte, a pesar del desastroso abandono que han ido protagonizando ellas mismas y de los notables ejemplos que hay en España de buena gestión cuando esta es vecinal. El segundo motivo deriva de los intereses creados en torno a las figuras de protección, más manipulables que los derivados de una gestión vecinal.

Calixto Escariz, un abogado especialista en los derechos de las comunidades locales, dice: «Conviene recordar que la titularidad que sirvió de base al reconocimiento de esas propiedades públicas fue el aprovechamiento inmemorial de los vecinos. Sobre ese título de adquisición se construyó artificiosamente una propiedad pública comunal, a la que el tiempo fue transformando en monte de utilidad pública en muchos casos. Sin extenderme en una cuestión que sin duda permitiría una más larga explicación, quiero destacar que el aprovechamiento y titularidad de esos montes ya pertenecía a los vecinos de las parroquias, pedanías, aldeas y lugares antes de la creación de los ayuntamientos con la construcción del estado liberal». Y sigue: «El Decreto de Nueva Planta, que configura el mapa municipal a principios del siglo XIX, genera los entes administrativos (ayuntamientos) que pasarán a irrogarse la titularidad de los bienes colectivos de los pueblos, ante la falta de una normativa legal que ampare la propiedad colectiva y que solo reconoce como forma de propiedad la privada individual (con nombre y apellido), entendiendo que el resto de los bienes son públicos, bien del municipio o bien de otras administraciones en el proceso posterior de demanialización». Después de esto, «los sucesos históricos que siguieron a la atribución de la titularidad de estos bienes a los ayuntamientos vinieron a reforzar el carácter colectivo de estas propiedades de los pueblos, así como la falta de idoneidad de las administraciones públicas para la conservación de los mismos para la colectividad. Me refiero, como muchos habréis advertido, al proceso de desamortización que pretendió generar una privatización y destrucción de estas propiedades colectivas y que no alcanzó su fin de extinción de estos bienes gracias a la lucha de las colectividades, conjuntos de vecinos, que preservaron parte de los mismos. Lamentablemente, este proceso de privatización y extinción de las propiedades de uso colectivo no sólo se produjo en el contexto liberal del siglo XIX sino que se mantiene hasta la actualidad».

Esta situación puede y debe revertirse. Es importante reconocer que los montes recogidos como montes públicos comunales o incluso incorporados a catálogos públicos a lo largo de todo el territorio asturiano son, en realidad, montes vecinales en mano común o, dicho de otro modo, propiedades colectivas de los vecinos de las parroquias y aldeas que los vienen disfrutando históricamente. Podemos recuperar la autogestión de los montes, pues  legalmente son inembargables e imprescriptibles. La titularidad de los montes vecinales es una forma de poseer especial. Se trata de una titularidad colectiva, diferente tanto de la propiedad privada como de la pública. Los titulares no son propietarios de nada, sino valedores y custodios de unos bienes que es obligado conservar, utilizándolos de la forma más sostenible para que lo puedan disfrutar generaciones venideras en al menos las mismas condiciones en que nos llegaron.

En palabras del mencionado Calixto, «La propiedad colectiva asegura y garantiza la conservación y el sostenimiento del medio (sostenibilidad), así como su integridad para la colectividad, y por tanto evita la necesidad de la inclusión de estos bienes en el dominio público al no considerarse una forma de propiedad privada… ...En este contexto, tanto una exhaustiva labor de investigación del estado actual de los montes vecinales como un férreo compromiso de las agrupaciones y asociaciones de vecinos resultan imprescindibles en orden a reactivar en el territorio la recuperación de los montes vecinales a favor de sus legítimos propietarios».

Tipificación de algunos de los problemas básicos que dificultan las actividades agropecuarias en Asturias no mencionados o sólo soslayados

No podemos pasar por alto los problemas que más frenan la buena marcha del campo asturiano y de los que aún no se habló explícitamente. En un primer plano estarían la falta de relevo generacional y la escasa rentabilidad de las explotaciones en términos generales, lo que desemboca en una dependencia excesiva a las subvenciones de muchos negocios familiares. Están interrelacionadas, obviamente, pero hay muy distintos factores humanos, históricos, sociales, etc. que hacen que no resulte atractiva la opción de dedicarse a la agricultura o la ganadería. Hay que dignificar las profesiones agrarias, fomentar que socialmente sea una opción de vida valorada de veras a través de: campañas de comunicación, mecanismos de contacto entre el medio rural y el urbano, diseño de estudios de formación de todos los niveles, desde la Formación Profesional a carreras universitarias  ligadas a las actividades agropecuarias. Una profesión valorada, realizada por gentes que combinen la información de los saberes tradicionales con una formación académica que les proporcione herramientas para desenvolverse dentro de la realidad de un mundo complejo y globalizado, será más atractiva y poderosa. Sobre todo si la hacemos económicamente viable, pero es que ambos asuntos se retroalimentan.

Otros problemas que dificultan el buen desarrollo de las actividades agrarias es la cantidad de normas impuestas y de desempoderamiento que sufre la población rural. Las normativas absurdas abundan, y la sensación de que se regula casi exclusivamente de forma colateral para el sector está muy arraigada. Dentro de unas encuestas realizadas por el Foro Asturias Sostenible para el conocimiento y desarrollo del medio rural (FAS) me sorprendió comprobar cómo, en lugares donde había suficientes jóvenes a los que les gustaba la actividad agraria parental como para asegurar el relevo generacional, sólo un 10% se decidía a hacerlo; motivo: la burocracia. Las campañas de saneamiento, el papeleo, las normativas asfixiantes... Hay que diseñar una normativa más adecuada y flexible, pero también el resultado de la encuesta redunda en la necesidad de formación que tiene el sector. Sin dignificar la actividad son los propios padres los que en muchas ocasiones instan a los hijo a no dedicarse al campo.

La convivencia con la fauna salvaje estaba considerada también en aquellas encuestas como el segundo problema en importancia, después de la falta de relevo generacional. Especialmente el lobo, pero según la zona otras especies también, son un problema de enorme calado. En Asturias puede perfectamente -aunque con un grado seguro de conflicto- haber poblaciones estables que aseguren la supervivencia del cánido y de otras especies sin que por ello los intereses ganaderos se vean tan perjudicados. En ningún caso vale agua para todos: hay zonas de marcadísima incompatibilidad, otras donde ésta es difícil y otras donde puede resultar relativamente fácil, dependiendo de las características de la ganadería local, de las alternativas tróficas, de los modelos de gestión de las poblaciones... Las mayores dificultades en llegar a una solución son: una mentalidad conservacionista extrema que no contempla la necesidad de gestionar las especies con controles poblacionales y un limitado apoyo normativo y económico que evite impagos por daños. Tampoco se facilita la incorporación de medidas preventivas desde las instituciones, y aquellas recaen exclusivamente en los ganaderos en forma de mayores gastos de tiempo y dinero, así como en complicaciones de manejo a veces insuperables. La necesidad es más simple que el consenso de un lote de medidas que permitan superarla: limitación de los daños hasta límites tolerables y pagos justos, completos y rápidos de todos los daños, directos e indirectos. Como esto da para una tesis hoy lo dejamos aquí.

Otro de los factores limitantes trata de los precios. Habitualmente el que produce un bien estudia lo que tiene que pagarse por su producto y pone el precio; otra cuestión es si con ese precio puedes competir con otros productores foráneos… Pero es que en esto de la alimentación hay que conseguir sí o sí la viabilidad del medio agrario allí donde este puede ser un fundamento social y económico. Se trata de una prioridad estratégica que proporciona un sinnúmero de beneficios sociales en general. Mi experiencia es que con consumidores mínimamente mentalizados y cadenas cortas de mercadeo se puede vender a precios justos. Pero para que esto no sea una excepción, sino la regla, hay que trabajar a niveles normativos, de sensibilización social, para fomentar mercados eficientes, etc. Implementar medidas que ayuden a diversificar las economías rurales e invertir en soluciones a sus problemas reales. Como dejemos solos a eso que llaman “los mercados” lo llevamos claro.

Conclusiones

Asturias puede y debe invertir en el medio rural para que este sea un pilar económico de la región. Diversificar la economía del medio rural es interesante, pero basándonos siempre en el sector productivo agropecuario. Tenemos gente y conocimientos para reciclar lo mejor de nuestras producciones de siempre, y también margen para incorporar cultivos y productos novedosos. Hay que dignificar el sector agrario ofreciendo una formación reglada reconocida y que alcance el ámbito universitario. El fundamento de nuestra producción debe ser la calidad, tanto porque Asturias resulta enormemente competitiva en este sector como por criterios éticos y de salud ambiental y humana. Un tejido disperso de pequeñas empresas de transformación debe conseguir un aumento del valor añadido en nuestros productos. La viabilidad económica pasa por diseñar normas que faciliten todos estos procesos, resolviendo los problemas reales de la gente, fomentando circuitos cortos de comercialización y el propio consumo de nuestros productos.

El campo es de los campesinos, y el medio rural debe regirse más directamente por sus legítimos dueños o usufructuarios. Hay que distinguir en los comunales las áreas estrictamente forestales y las de pastos, según criterios locales, y disponer de normativas diferenciadas para cada zona. Las nuevas normas deben conseguir que los problemas generales estén controlados de forma verdaderamente satisfactoria para los habitantes del medio rural, como los daños que genera la fauna salvaje y la matorralización de los pastos. Es lo que hay.