Esto va para largo. Con dos bloques muy enfrentados, prácticamente igualados según las encuestas, y con profundas divisiones incluso en el seno de cada uno de ellos, las llamadas al diálogo que se escuchan desde ambos bandos suenan a pura retórica o mera propaganda electoral.
De un lado todo apunta a que, si repiten mayoría, se repetirá el escenario y los intentos de avanzar hacia una república sin definir, para la que no cuentan con respaldo popular suficiente, ni el pregonado apoyo exterior, y que tropezará de nuevo con los resortes del Estado. Más cárcel, o más autoexiliados, más tribunales, más alimento para el victimismo, más mártires blandos de los que esperan que broten nuevos independentistas.
Del otro, llamadas a acabar con un procés interminable y apelaciones al diálogo y a cerrar heridas que son contestadas desde su mismo bando con afirmaciones de que antes de cerrar hay que desinfectar; advertencias de una reedición más dura del 155 y frases en mítines que sirven al adversario para argumentar la supuesta injerencia del poder ejecutivo en el judicial.
En medio, una población cada día más dividida, con amigos, compañeros de trabajo y parientes que han dejado de hablarse o que acuerdan, tácita o explícitamente, no hablar del monotema para poder tener la fiesta navideña en paz, o al menos en tregua.
Tan en alto están las espadas y tan igualados los bloques, según las encuestas, que la repetición de elecciones amenaza con añadir incertidumbre y tensión a un ambiente ya muy cargado.
O la mayoría silenciosa, si es que existe, da la sorpresa e inclina la balanza hacia la recuperación del seny y la búsqueda de una vía dialogada para resolver por algunas décadas más el encaje de Cataluña en España, o seguiremos encadenados a un proceso interminable.