Dos palabros para describir Cataluña

OPINIÓN

Alberto Estévez | EFE

21 dic 2017 . Actualizado a las 07:33 h.

Para contar las cosas que pasan, cada día más raras, hay que inventar nuevas palabras. La propia Real Academia Española -que hoy reconoce posverdad, aporofobia, postureo y buenismo- nos anima a hacerlo. Y por eso les propongo dos palabros que considero imprescindibles para hablar de lo que ocurre en Cataluña. Se trata de resumir lo que allí sucede desde dos perspectivas diferentes: la que va de aquí para allá, o desde Elrestodespaña hacia la república catalana; y la que explica las cosas de allá para aquí, desde Vic y Solsona hacia Silleda o Antequera. ¡Vamos allá! 

La primera palabra es procesofobia, que viene del latín (processus), y define una sucesión de trámites orientados a una finalidad. Pero yo, en el caso de Cataluña, prefiero derivar el término del griego (???????? - prothesis) que tiene el exacto significado de «toma de posición anticipada sobre un asunto determinado o por determinar». Si a este proceso le añadimos la terminación fobia -con el significado de temor o rechazo- nos sale la procesofobia, que viene a significar «ni hablar del procés», o que «estamos hasta el moño del procés», o que «el procés se ha convertido en una leria insufrible cuyo valor tiende a cero», o que se trata de «una matraca cansina y extemporánea que no aguantan ni los presos». Porque así vemos lo de Cataluña la inmensa mayoría de los españoles, y porque así se describe la cárcel sin rejas de la que deben de huir los catalanes -¡cuánto antes!- con independencia de lo que suceda esta noche tras el escrutinio de las papeletas.

La otra palabra que propongo, peripolitofilia, viene del griego, concretamente de la suma de peri -alrededor-, de polis, que es el entorno social políticamente trabajado, y de filia, que es una afición o adhesión intensa. Y con esto podemos expresar que el independentismo hace la política alrededor de sí mismo, sin tener en cuenta el país real, mareando siempre la perdiz y manteniendo la identidad entre los puntos de partida y llegada. La metáfora que mejor los define es la del corredor que entrena en la cinta del gimnasio, que corre como un loco sin moverse del sitio, sin ver ni oler ningún paisaje, que simula cuestas arriba y abajo para machacar sus propios bríos y digerir las magdalenas del desayuno, y que da por supuesto que, a base de cansarse, jadear y medir pulsaciones, acabará llegando al paraíso terrenal. Tal es la peripolitofilia: una adhesión irrefrenable a la política estéril y arrolladora, que prescinde del entorno, que no va a parte alguna, y que se acaba enamorando de una máquina insufrible que, para más inri, estorba en el salón.

Pero, a pesar de la crasa evidencia del procés, estas dos palabras seguirán vigentes diez años más. Porque los robles más fuertes, que pasan trescientos años creciendo, tardan trescientos más en marchitarse. Y porque a Cataluña le queda mucha ensoñación. La que falta para bajar a tierra su política estratosférica, y para apearse de la cinta y empezar a correr los caminos de verdad.