El año de la transición de Asturias

OPINIÓN

Pablo Carreño, en su partido ante Thiem en las Finales ATP
Pablo Carreño, en su partido ante Thiem en las Finales ATP Adam Davy

30 dic 2017 . Actualizado a las 13:14 h.

El año que Pablo Carreño nació (corría 1991) José Ángel Fernández Villa era en sí mismo la representación del poder en Asturias. Una autoridad omnímoda, sombría, bigotuda, vociferante y de una locuacidad castrista. Ha pasado una generación, Carreño es uno de los mejores tenistas del mundo y Villa es un hombre marchito que pugna por no entrar en la cárcel. El relato de sus presuntos amaños, de la trama que durante años pudo urdir para forrarse junto a su círculo más íntimo, nos lleva a la novela picaresca y a la crónica negra. La deshonra del poderoso, la caída al abismo, es un tema literario aquí decorado con retazos chuscos, de una España de pandereta, de maletines con billetes de 500 euros y herencias de chigre. La Asturias gobernada a golpe de culete de sidra debería ser el pasado en un año de transición hacia otro estadio, de cambios que adelantan el futuro. Aquí van algunos detalles de este 2017 que empieza a extinguirse.

Transición de liderazgo. El cambio llegó al PSOE de la mano del sanchista Adrián Barbón. Tras casi 17 años al frente de la FSA, Javier Fernández dio paso a Barbón. El exalcalde de Laviana tiene la responsabilidad, entre otras, de cauterizar cicatrices internas. El presidente del Principado, hace un año aupado a la gestora socialista nacional, días de burbujas, ha vivido meses en la montaña rusa de alzas y caídas para regresar finalmente a sus orígenes, al sosiego asturiano y a la soledad política. Cambios también en IU, con Ramón Argüelles y su objetivo de liderar una alternativa de izquierdas que tiene a Podemos como socio y como rival, en esas paradojas a las que nos acostumbra la política. Relevos en los sindicatos mayoritarios (José Manuel Zapico en CCOO y Javier Fernández Lanero en UGT) y en la patronal, con una convocatoria electoral que dirimirán Belarmino Feito y Alejandro Díaz.

Transición energética. El futuro de las térmicas de carbón está en entredicho y supone el adelanto de una muerte anunciada que Asturias lucha por postergar. El carbón como necesidad estratégica, como necesidad social y laboral de unas comarcas que no levantan cabeza. Pero  con un horizonte que es insalvable: el imperioso freno a las emisiones de CO2. En ese equilibrio hay que caminar, para que los episodios de contaminación que padecimos en 2017 no se conviertan en pandemia.

Transición climática. Un año de locos: máximas de verano en invierno y mínimas de invierno en verano; los efectos de un cambio climático que no es conjetura científica, como creen algunos, sino realidad palpable, como sostiene el panel del cambio climático de la ONU.

Transición en el paisaje, sometido a la brutalidad humana, a los incendios intencionados que arrasan nuestro mayor patrimonio regional ante la impotencia de la mayoría. Un paraíso que tiembla cada año por la falta de conciencia de unos desgraciados.

Transición en las principales ciudades de Asturias, con proyectos que pretenden reformar su faz. Cambios en el urbanismo, en infraestructuras básicas, en la mutilación de las barreras ferroviarias. Desde el plan de vías de Gijón, el metrotrén, el bulevar de Santuyano en Oviedo, el soterramiento en Avilés o Langreo. La lluvia de millones anunciada por el ministro Iñigo de la Serna que debe hacerse realidad para no languidecer en el limbo de proyectos inacabados, la peculiar singularidad asturiana.

Transición en la oficialidad del asturiano, en un momento crucial para la llingua. El respaldo de la nueva dirección socialista ha removido la baraja política de alianzas. La próxima legislatura puede ser decisiva, con una reforma constitucional y otra del Estatuto que deben concatenarse.   

Transición en las relaciones entre ganaderos y ecologistas, que han alcanzado este año una tensión inusitada, propia de una región que discurre en el difícil funambulismo de mantener un paraíso natural y el de apoyar a las personas que viven en él, que mantienen vivo el mundo rural.  

Transición también para el Sporting y el Real Oviedo, enfrentados y comparados ahora cada semana tras 14 años de distanciamiento. Dos aficiones que se miran de reojo con el objetivo del ascenso. La vieja teoría de los vasos comunicantes llevada al fútbol: la crisis de uno alivia al otro, el sufrimiento de uno es el placer del otro. Parece difícil, aunque no imposible, que ambos disfruten del éxito. Es la peculiaridad de la Segunda División, donde el ascenso supondrá el triunfo final para tres equipos.