El pequeño dictador

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

EMMANUEL DUNAND | AFP

30 dic 2017 . Actualizado a las 17:31 h.

Al partido y al equipo del fugado les vendría bien un repaso de algunas nociones de política básica. Por ejemplo, que las elecciones en un sistema parlamentario sirven para elegir a los representantes del pueblo. Y después esos representantes eligen al alcalde, al presidente del parlamento o al presidente del Gobierno. Cuando un grupo tiene mayoría absoluta, no hay problema: el candidato será elegido sin más discusión ni más debate. Si no la tiene, debe negociar apoyos para ser investido en primera votación por mayoría absoluta o en segunda por mayoría simple. Y puede suceder que, habiendo ganado las elecciones, se forme una mayoría distinta con otro candidato. Es lo que le ocurre a Inés Arrimadas, lo que ocurrió en Galicia cuando se formó el bipartito y lo que ocurre ahora mismo en otras comunidades y municipios. 

Pues bien, ese partido catalán llamado PDECat, que no sabemos muy bien si existe, pero escribe comunicados, dijo ayer al mundo mundial que el Parlament de Catalunya no está legitimado para investir como presidente a ninguna otra persona que no sea Carles Puigdemont. En un punto de su escrito llega a decir: «El que ha votado la gente no lo puede cambiar el Parlament». Naturalmente, el PDECat no está pensando en Arrimadas, ni en Doménech, ni en Iceta, ni en García Albiol. Está pensando en Oriol Junqueras, que está preso, pero la cárcel no le hizo perder su liderazgo ni su ambición de gobernar Cataluña. Estoy por asegurar que Puigdemont prefiere que sea presidente el candidato del PP con sus cuatro escaños que Junqueras, que es cuña de la misma manera. Y si el partido del muy mencionado Puigdemont creyera de verdad lo que dice, tendría la objetividad y la honradez de reconocer que «el que ha votado la gente» tiene nombre de mujer y le dejaría a Ciudadanos por lo menos la presidencia del Parlamento. Eso sí que sería un correcto entendimiento de la democracia. Lo demás es pura ocupación del poder.

Estamos, señores, ante el personalismo elevado a la máxima potencia. Para encontrar un ejemplo parecido de culto a la propia personalidad habría que empezar a citar nombres que están en la lista de grandes dictadores. El señor Puigdemont no tiene la honradez de reconocer que su partido ha sido el segundo en las elecciones y cuenta los votos como si todos hubieran sido para él, con el agravante de que está huido de la Justicia y aspira a telegobernar desde Bélgica por Internet o por videoconferencia. Al negar legitimidad a todo un parlamento si no lo elige a él, está demostrando que no es un demócrata, sino un autoritario. No entiende las instituciones como servicios. Las entiende como instrumentos de dominio personal.