Nenuca

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

31 dic 2017 . Actualizado a las 08:25 h.

Mientras su padre andaba con el golpe de Estado en España, Carmen Franco vivió camuflada en Francia. Durante unos meses del año 36 se llamó María Teresa Fernández-Valdés, una opción que sin contexto podría parecer feminista, pues para el disfraz onomástico se escogió el segundo apellido de la madre y se borró del mapa el Franco que encharcaría el siglo XX. Una se cambia de nombre por miedo, por vergüenza o por arrogancia. María Teresa regresó a España como Carmencita, su tercer bautismo en pocos años. Antes de la huida a Francia por casa se le llamaba Nenuca y el día de su muerte un nieto que dice que podría ser rey de Francia habló de ella en Instagram y la llamó Man, un desconcertante apelativo que demuestra hasta dónde están dispuestos a llegar en el barrio de Salamanca. 

El contrastado gusto por los diminutivos caninos de los de su casta hizo cumbre en Carmen Franco a quien las crónicas se refieren también como Carmelilla, Catota y Morita, lo que convierte su designación en un misterio tan profundo como el de la impunidad con la que disfrutó hasta su muerte de todos los bienes expoliados por su dictador padre.

Las crónicas sobre la vida vaporosa de Franco Polo están llenas de Cuquis y Pititas, de Jimmys y Pocholos. Desprecian con el rictus hortera que da la plata recién lustrada a las Jennifer de España pero en su Gotha de Club de Campo no hay más que Caritinas y Colates. Choca esta insistente disposición sobre los nombres propios, ese desprecio al designio paterno y esa coincidencia en manifestarse cursi, un tendencia imperdonable. 

La infinita variedad onomástica de Carmen Franco constata una caprichosa vocación por adaptar el mundo a sus deseos. Algo habitual. Hace un año, afirmaba en una entrevista: «Mi padre está mejor en el otro mundo». Como si morirse hubiese sido también una decisión.