Las máscaras del antihéroe

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR E XORNALISTA

OPINIÓN

Ed

El heroísmo, como antaño la santidad, necesita de la bruma del pasado o, en el presente, de la fe...

07 ene 2018 . Actualizado a las 16:25 h.

Recuerdo aquella película de 1992 de Stephen Frears que se titulaba Héroe por accidente. Trataba el, para mí, interesante asunto del héroe y el antihéroe. Dustin Hoffman era un pequeño delincuente que rescataba a varios pasajeros de un avión en llamas, pero lo ocultaba para no llamar la atención de la policía. Andy García, un sintecho, aprovecha la ocasión y se hace pasar por el héroe anónimo. Los medios se vuelcan con él, la gente le premia con generosas donaciones. Al final, Hoffman, después de luchar inútilmente contra el engaño, llegaba a la cínica conclusión de que héroe y antihéroe no son comportamientos sino papeles que a uno le tocaban en la vida, y que lo importante es interpretarlos bien. Así que convence a Andy García para que persevere en la impostura y llega a un acuerdo con él para repartirse el dinero.

Lo he recordado al leer sobre Chris Parker, un personaje en el que aparecen fusionados Hoffman y García en una misma persona. Parker había sido testigo del terrible atentado de Mánchester de mayo del año pasado, donde un yihadista se hizo saltar a sí mismo por los aires en un concierto de música pop, matando a más de veinte personas e hiriendo a muchas otras. Parker, según se dijo entonces, corrió al lugar del atentado y se dedicó a reconfortar a los heridos: le susurró palabras de consuelo a una niña gravemente herida, una señora mayor murió en sus brazos. Recuerdo haber visto a Parker en televisión, entonces: «No pude parar de llorar», decía. Como Parker era un sintecho, se publicaron artículos de opinión que intentaban hacer sociología política de su gesto. Su pobreza permitía unir dos impulsos muy poderosos en la opinión pública: el culto al héroe y el sentimiento de culpa. El coraje del que no tiene nada, se decía, debía avergonzar a la sociedad que le había excluido. Como en la película de Frears, llovieron, lógicamente, los elogios y las donaciones. Una petición en Internet recogió más de 50.000 euros.

Ahora se ha sabido que las cámaras de seguridad contaban una historia diferente. En ellas se ve a Parker merodeando por la escena dantesca del atentado, yendo de un herido a otro, buscando objetos de valor. Parece que susurra algo al oído de la chica gravemente herida, pero también le roba el móvil. No está claro si consuela a la mujer que muere en sus brazos, pero sí que le roba el bolso. Parker ha admitido ahora los hurtos ante un tribunal que le juzga en Manchester. Los medios le siguen describiendo como héroe, pero ahora escriben la palabra entre comillas, que son como la picota de la ortografía.

La pobreza de Parker no tenía nada que ver con su valor; tampoco tiene que ver con su deshonestidad. Siempre es un error confundir a las personas con la demografía. La sociedad no es culpable de nada, porque es tan compleja como cada individuo que la conforma. En cuanto a nuestro culto al héroe, sin caer en el cinismo del personaje de Dustin Hoffman, deberíamos entenderlo como un ideal al que se tiende, pero que nunca se alcanza del todo. El heroísmo es raro, no porque vivamos en un mundo egoísta, como creen los pesimistas, sino porque requiere una mezcla de virtudes y defectos: la valentía, pero también la temeridad, la agilidad mental pero también un mal cálculo de probabilidades. De ahí que el heroísmo, como antaño la santidad, necesite de la bruma del pasado o, en el presente, de la fe, de la misma voluntad de creer que permite que exista la magia, que tampoco es mentira sino una realidad del deseo. No es que los héroes tengan los pies de barro, sino que todas las personas, como quiere la leyenda, estamos hechas de un soplo de aire en el barro.