El Parlament, ¿institución o circo?

M.ª Carmen González Castro
M.ª Carmen González VUELTA Y VUELTA

OPINIÓN

Santi M. Amil

17 ene 2018 . Actualizado a las 07:03 h.

«Apartheid ideológico impulsado por el secesionismo», «Ya basta de capullos disfrazados de segadors, de envenenar la cabeza de los niños y de incitar el odio al vecino». Son frases del discurso de resistencia pronunciado ayer por Albert Boadella con motivo de su investidura como «presidente en el exilio de Tabarnia».

Una parodia de lo que ocurre en Cataluña, pero una representación demasiado parecida a lo que realmente pretenden Carles Puigdemont, los exconsellers que lo acompañan en Bruselas y los que siguen presos. Solo hay una diferencia entre Boadella y Puigdemont. El primero se dedica profesionalmente al humor y a la sátira, y el segundo ha gobernado los destinos de Cataluña y aspira a volver a hacerlo. Tabarnia es una forma de protesta desde la ironía que nace en las redes en respuesta a un secesionismo intolerante con el que no piensa igual, pero los independentistas están jugando con el futuro de un territorio real con siete millones y medio de habitantes.

El Parlament catalán tiene hoy por delante, tras su constitución, un enorme reto: decidir si quiere volver a ser la institución que fue durante treinta años, la que legisla y trabaja en favor de los catalanes, o si insiste en prolongar la parodia y seguir siendo el circo que actúa al ritmo que marca un cómico plácidamente instalado en Bruselas, con poca intención de retornar.

¿Significa que los partidos independentistas, que ya lo eran antes del 1-O y que lo seguirán siendo, tienen que renegar de sus ideas? Nadie espera eso. Si una parte del Parlament y de la sociedad catalana aspira a romper con España, están en su derecho de defender esa idea y de trabajar por ella. Pero tienen que asumir que solo lo pueden hacer desde el respeto a la ley y dentro de la Constitución. Ya intentaron la opción unilateral y la realidad les demostró que no era posible.

Ahora lo que toca es un poco de realismo y de seny, como les gusta presumir a los catalanes. Toca constituir un parlamento serio, formado por diputados que estén en situación de tomar posesión de su escaño y desempeñar su responsabilidad al cien por cien. Toca que soberanistas y no independentistas presenten a sus candidatos, conformen las alianzas necesarias y saquen adelante un Ejecutivo. Toca acabar con la locura que fue todo el proceso de desconexión, gobernar para todos los catalanes y respetar a las dos mitades en las que en los últimos años los gobiernos de Convergència, primero, y de Junts pel Sí, después, han dividido a la sociedad catalana. Pero sobre todo es hora de que nadie tenga que repetir las palabras de Albert Boadella: «Yo soy un payaso, pero al lado de ellos no soy más que un aprendiz».