Se reanuda el sainete catalán

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Matthias Oesterle | Dpa

18 ene 2018 . Actualizado a las 07:18 h.

Después del paréntesis impuesto por el 155, se reanuda la función. Sus señorías toman asiento, los tramoyistas ocupan la mesa del hemiciclo y comienzan a sonar los primeros compases de Els Segadors. Se perciben algunos cambios en la orquesta, pero la partitura parece idéntica a la del primer acto. Falta por ver si el flamante director, que todavía no ha irrumpido en el escenario por hallarse cobijado en Bruselas, será también el mismo o si será relevado por otro maestro de similar jaez y consumado prestigio.

Pero esta incógnita forma parte de la trama, le otorga un hálito de suspense a la obra y permite a público y tertulianos hacer cábalas y cruzarse apuestas. Yo creo, siguiendo la filosofía patentada por Rajoy y aplicada por Arrimadas, que no conviene precipitarse en el pronóstico. Esperar y ver. Porque sospecho que esta parte del guion aún no está escrita: se improvisa sobre la marcha, a golpe de teléfono y de veloces recaderos entre la cárcel de Estremera y el exilio dorado de Bruselas. Seguramente barajan dos o tres opciones alternativas para superar el trance y mantener en vilo al respetable. Pero tendrán que decidirse antes de que se levante el telón.

La primera posibilidad, la preferida por el catalán errante, consiste en mezclar sabiamente tecnología y vis cómica. La investitura telemática. Nada impide, salvo la mentalidad antediluviana de los españoles y sus leyes obsoletas, que una orquesta -o un país- sea dirigida por un holograma. Basta que el trombón o el primer violín sigan atentamente los movimientos de la batuta a través del Skype. Todo son ventajas. El presidente virtual goza del don de la ubicuidad: puede participar, al igual que Mélenchon, en siete mítines a la vez o despachar simultáneamente con sus consellers en el exilio y su vicepresidente en la cárcel. Lástima que la fórmula no sea legal ni tampoco agrade a los cómplices y compañeros de viaje, porque su carácter innovador nadie lo cuestiona.

Descartado ese método, queda la opción de la vía heroica para mantener la tensión dramática de la obra. La inmolación. El regreso a pecho descubierto, el ya soc aqui, la investidura del prófugo que pondría en un brete al odiado Estado español. Los jueces tendrían que meter en la cárcel al presidente de la Generalitat, después de ser elegido por los representantes del pueblo catalán y sancionado su nombramiento por el rey. ¿Puede soportar el Estado una situación políticamente tan anómala mientras no recaiga una condena firme sobre el prófugo? ¿Tendrá arrestos Puigdemont, cuya valentía nunca ha sido probada, para asumir largos años de presidio a cambio del título de mártir del catalanismo? Preguntas estas que debe contestar el autor del libreto de una obra que comenzó como tragedia clásica y derivó en ópera bufa.

Resta finalmente la opción más lógica y, por tanto, la más improbable cuando hablamos de Cataluña. La renuncia de Puigdemont y su rápida disolución en el ostracismo bruseliense. Eso que le gustaría a ERC cuando asegura que el procès no es cosa de nombres.