El laboratorio de las cien francesas

OPINIÓN

20 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Si no fuera un texto hecho de palabras, deberíamos meter en formol el famoso alegato de Catherine Deneuve y otras 99 francesas, guardarlo en un frasco y ponerlo en un laboratorio para hacer prácticas. En nuestras sociedades no se pueden aplicar métodos despóticos demasiado directos y groseros. Estos son tiempos de persuasión y engaño, donde se debe conseguir del pueblo identificación y resignación. La democracia formal mantiene a la gente suficientemente identificada con el sistema. El convencimiento de que hay cosas que están por encima de nuestras capacidades y las de nuestros gobernantes mantiene la resignación. Por eso se utilizan relatos, posverdades, ocultaciones y toda forma de manipulación más que actos de fuerza directos. Y de ahí que el manifiesto de las cien francesas sea casi una pieza de laboratorio para observar la manera en que se nos está tratando. El mensaje del manifiesto es machista, pero eso no lo hace especialmente interesante ni siquiera para ser señalado por su, digamos, «incorrección». Todos los días se oyen cosas que rechinan en el buen juicio o el buen gusto. Lo interesante es que el manifiesto no dice mentiras directas (la mentira directa no incluye juicios equivocados; que Segovia es la capital de España es una mentira; que los españoles tienden al desorden es un juicio equivocado). El manifiesto deforma algunos aspectos de la situación de la mujer y tergiversa la reacción feminista. Pero no dice mentiras. La mentira es de gran valor para las manipulaciones, pero es arriesgada. Si te pillan en una mentira, ya parece que mentiste en todo lo demás (que nadie se engañe pensando que Rajoy miente con descaro y que ahí está; Rajoy es un político desacreditado, lo que lo mantiene en el poder no es su buena reputación). Es mejor distorsionar acumulando verdades bien elegidas.

La verdad tiene muy buen cartel ético y por eso parece que cuando decimos algo verdadero no podemos estar haciendo algo malo. Pero la verdad engaña muchas veces. Engaña cuando lo verdadero es una excepción a la que se da el mismo peso que a la norma. Quizá sea verdad que alguien haya utilizado el dinero de su beca para operarse las tetas. Pero esta verdad es irrelevante por excepcional y no sirve para justificar la retirada de tantas becas. En el manifiesto se dice que con tanta obsesión por el acoso sexual ya se llega a pretender la retirada de un cuadro de Balthus del Met de N. York o a la censura de imágenes de Egon Schiele en metros europeos. Que nuevel mil personas pidan la retirada del cuadro de Balthus es pura anécdota. Se juntan nueve mil firmas para las causas más peregrinas y ni al cuadro de Balthus le pasa nada ni hay indicio de que los grandes museos vayan a censurar nada. Esa verdad es una anécdota que distorsiona el asunto del que se habla. El pudor por el que se retiran imágenes de Schiele de algunos metros es verdad, pero no tiene nada que ver con el hartazgo que muchas mujeres expresan por las situaciones de acoso habituales. Las verdades irrelevantes engañan, porque inducen un percepción equivocada de las situaciones o bien distraen de lo esencial.

Las verdad también engaña cuando pretende que lo que es verdad de los casos aislados lo sea de su reiteración. Una persona que fume una vez en una boda un cigarrillo no se hace ningún daño. Eso es verdad. Pero si fuma varios cigarrillos todos los días sí tiene un problema. La verdad de que un cigarro no hace daño sólo sirve para inducir el error de que fumar no hace daño. En el manifiesto de las francesas se mencionan errores menores como tocar la rodilla a una mujer, algún beso no solicitado, expresiones sexuales o cualquier forma de acercamiento torpe o inoportuno. Catherine Millet amplía esta idea después diciendo que ninguna mujer va a quedar traumatizada porque le toquen el culo en el autobús. Todo es verdad, tan verdad como que nadie daña la capa de ozono por usar una vez un aerosol y tan verdad como que fumar un cigarrillo no hace ningún daño. El problema es la acumulación, que cada vez que te subas al autobús tengas que estar pendiente de que no te toquen el culo un día tras otro. El problema es que cualquier mujer joven que salga los sábados por la noche con sus amigos tenga que volver siempre acompañada porque siempre es más que probable que haya quien se permita licencias físicas. El problema es que te tantee y te toque la rodilla todos los días el mismo jefe. El acoso no suele ser un acto violento directo (aunque también). La gravedad de los acosos está en la acumulación sofocante de abusos de poca monta. Lo que hace complicado legislar y atajar el llamado «bullying» es precisamente que consiste en actos feos, pero legales y de poca intensidad, que alcanzan un grado elevado de violencia por acumulación.

Curiosamente la verdad también distorsiona cuando es una obviedad. El manifiesto dice: «La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista». ¿Quién puede negar esas evidencias? Nadie habla para decir obviedades y por eso cuando las oímos intentamos buscar a las palabras algún sentido más allá de la obviedad. En este caso el sentido nos lleva a la falacia del hombre de paja: a argumentar contra lo que nadie dice. Perorar estas obviedades es atribuir su negación a los manifiestos contra los abusos y acosos sexuales.  Nadie dice que sea una agresión el cortejo. Todo el mundo sabe que el acercamiento erótico o romántico incluye el tanteo (y tonteo). Y nadie piensa que los plastas o los maleducados sean delincuentes. Pero en situaciones donde hay jerarquía, inferioridad o dominio ningún tanteo es sólo tonteo. Si quien escribe estas líneas le pone la mano en la rodilla a una de sus alumnas, le toca el culo o le dice alguna graciosada gruesa, no estaría siendo galante ni estaría coqueteando con insistencia o torpeza. Salvo que ella hubiera dado muestras de aceptación, estaría cometiendo un abuso en toda regla. No digamos si el varón galante puede decidir darle o no un papel en una película o dejarle o no cruzar una frontera en situación de huida.

Y, cómo no, junto con verdades desorientadoras, el manifiesto contiene también mentiras. Siempre puede haber alguna excepción, pero la norma es que no hay varones linchados por haber puesto la mano en la rodilla de alguien hace veinte años. Esos pobres varones hicieron más que eso. Y la norma es que son las chicas las que tienen que volver a casa acompañadas, de tanto galante que hay dispuesto a coquetear con insistencia o torpeza.

Como dije al principio, conviene retener de este caso los aspectos que lo trascienden. Las injusticias no se defienden ya desde la trinchera de la injusticia, salvo radicales simiescos. Las injusticias, de género o de cualquier tipo, se defienden concentrando la atención en la manera en que los perjudicados protestan o se defienden de ellas. Se tergiversan los propósitos de ofendidos y víctimas, se asimila su protesta a un discurso cargantemente correcto o puritano, se toman las excepciones como normas, se aíslan casos sueltos para ocultar el fenómeno general y se construye así un discurso que se pretende incorrecto, fresco y rebelde, que en realidad es rebeldía contra el débil, es decir, defensa del fuerte. Las post ? causas, y el post ? machismo entre ellas, se pueden sostener por intereses de quienes están en posición de poder o ventaja, o porque sin estarlo caemos en esa falta de compromiso por la que preferimos culpar a las víctimas que el camino más incómodo de la denuncia y la rebeldía auténtica. Lo que hace interesante este manifiesto es que nos muestra el tipo de estrategias de propaganda con el que se nos arrebatan nuestros derechos y nuestras libertades. Porque ahora para eso no se utiliza ya la fuerza. La democracia ahora se encoge como decía Padme en Star Wars: con un estruendoso aplauso.